La búsqueda de una vida mejor domina nuestra cultura. Aunque ese objetivo no es intrínsecamente malo, a menudo nos lleva a descuidar nuestro interés por la vida venidera. En este mensaje, el Dr. Stanley cambia el enfoque de esta efímera existencia que tenemos aquí en la Tierra a la vida eterna que Dios promete a los que creen en su Hijo, Jesucristo.
Bosquejo del Sermón
VIDA ETERNA: ¿LA QUIERE USTED?
PASAJE CLAVE: 1 Juan 5.4-13
LECTURAS DE APOYO: Ezequiel 18.4, 20 | Mateo 16.16 | Marcos 9.7; 15.39 | Lucas 3.22 | Juan 1.29; 10.30; 14.1-3 | Hechos 16.31 | Romanos 6.23; 8.13, 14 | 2 Corintios 5.6 | Efesios 2.1 | 1 Tesalonicenses 4.16-18 | 1 Timoteo 2.6 | Tito 3.5 | Hebreos 9.12, 27 | 2 Pedro 1.4 | 1 Juan 5.8 | Apocalipsis 22.4, 5
INTRODUCCIÓN
¿Desea vivir por la eternidad?
Tal pareciera que la mayoría de las personas están obsesionadas con tener una larga vida. Es muy normal recibir advertencias en contra de los malos hábitos y consejos para tener una vida saludable y perdurable. Pero ese enfoque radica en extender la vida en la Tierra y no en prepararse para la vida eterna. ¿Cómo puede una persona tener la confianza de que vivirá por la eternidad? La Biblia nos enseña que el cielo es un regalo de Dios. El cual está disponible para aquellos que se humillan y reconocen que Jesucristo es el Hijo de Dios, confían en que Él ha pagado la deuda de nuestros pecados y aceptan su generoso ofrecimiento de vida eterna.
DESARROLLO DEL SERMÓN
El apóstol Juan asegura a los creyentes en Cristo que: "Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Jn 5.11-13).
¿Qué es la vida eterna?
No solo se refiere a la cantidad de vida, sino también a la calidad de vida. La vida eterna puede ser definida como una vida que no tiene fin, que incluye comunión y compañerismo con Dios, por medio de Jesucristo.
Los sabios escogerán pasar la eternidad con Cristo. Existen tres tipos de muerte: la muerte física; la muerte espiritual mientras vivimos en este mundo; y la muerte eterna, la cual es separación de Dios por parte de aquellos que rechazan a Jesucristo (He 9.27; Ef 2.1). Tarde o temprano, nuestro cuerpo morirá, pero nuestro ser continuará su existencia en vida o muerte eterna.
El enfoque de la vida eterna no radica en un lugar, sino en una relación con Dios, por medio de Jesucristo. Aunque el Mesías aseguró a sus discípulos que iría a preparar lugar para ellos, lo más valioso de la vida eterna es que podemos tener una relación con Dios (Jn 14.1-3; 1 Tes 4.16-18; Ap 22.4, 5).
No existe una segunda oportunidad después de la muerte
Algunos piensan que pueden ganarse el cielo después de la muerte. Pero nuestra salvación eterna fue obtenida por completo a través de Jesucristo (He 9.12; 1 Ti 2.6), y solo podemos aceptarla durante nuestra vida en la Tierra. En el momento en el que un creyente en Cristo fallece, llega a la presencia del Señor (2 Co 5.6). No tenemos por qué pensar que quizás sufriremos por nuestros pecados al morir, o que tendremos que esforzarnos para ganarnos la entrada al cielo una vez que muramos.
La vida eterna es un regalo de Dios
Servir al Señor, diezmar, orar, adorar y leer las Sagradas Escrituras es parte de la vida cristiana. Pero ninguna de esas acciones hace que Dios nos vea justos o dignos de pasar la eternidad con Él.
La vida eterna es un regalo. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 6.23).
La vida eterna no depende de nuestras buenas obras. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit 3.5; Ez 18.4, 20).
La vida eterna se obtiene al confiar en Jesucristo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hch 16.31).
¿Cómo podemos obtener vida eterna?
• Debemos estar de acuerdo con Dios sobre quién es Jesucristo (Jn 10.30; Mt 16.16). Si Jesucristo no hubiera sido quien decía ser, entonces hubiera sido un impostor, un fraude, y por consiguiente una mala persona. La Biblia nos dice que existen tres testigos que nos aseguran que Jesucristo es el Hijo de Dios: “el Espíritu, el agua y la sangre” (1 Jn 5.8).
El agua. En el bautismo de Jesucristo, Juan anunció: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1.29). El Espíritu afirmó que Cristo era el Hijo de Dios (Lc 3.22).
La sangre. En la cruz, el Señor derramó su sangre por nuestros pecados, pero demostró su divinidad, incluso en medio de su sufrimiento (Mr 15.39). Y la resurrección reafirma todo lo dicho por Jesucristo y nos da la seguridad que necesitamos.
El testimonio del Espíritu Santo en nuestras vidas. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Ro 8.14). Su Espíritu nos convence para que podamos recibir las verdades bíblicas y que creamos el testimonio de Dios acerca de su Hijo (1 Jn 5.9).
• Debemos recibir a Jesucristo como nuestro Salvador personal. La vida eterna está vinculada con Cristo. Es imposible ganarse la entrada al cielo por medio de las buenas obras, mientras estamos lejos del Señor: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn 5.12).
¿Qué significa recibir a Jesucristo? Debemos aceptar el perdón que ofrece y estar convencidos de que ha muerto por nuestros pecados. En su evangelio, el apóstol Juan escribió: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1.12).
Depositar nuestra fe en el nombre de Jesucristo significa mucho más que tan solo creer que existió. Tenemos que confiar en Él para ser salvos. La Biblia nos enseña que, una vez que lo hacemos, podemos estar seguros de que tendremos vida eterna: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Jn 5.13).
La salvación no es impersonal. Consiste en recibir a una Persona, a Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos ha permitido participar de su naturaleza divina y eterna (2 P 1.4). Cuando una persona deposita su confianza en Jesucristo, Dios viene a morar a esa vida, por medio del Espíritu Santo.
REFLEXIÓN
Si todavía no ha recibido el regalo de la vida eterna, y desea hacerlo, ore de la siguiente manera: “Padre celestial, te suplico que perdones mis pecados. Estoy convencido de que Jesucristo es tu Hijo, y de que, al morir en la cruz, saldó por completo la deuda de mis pecados. Por fe, hoy recibo a Jesucristo como mi Salvador personal. Acepto tu perdón y el regalo de vida eterna por medio de Jesucristo, quien es también mi Señor. En tu nombre oramos. Amén”.
¿Por qué cree que, como creyentes, nos sentimos tentados a pensar que nuestras buenas obras juegan un papel crucial en nuestra entrada al cielo? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo descansar por completo en la obra que Jesucristo ya hizo por nosotros en la cruz?
¿De qué maneras puede durante esta semana, rendirse ante el perfecto plan de Dios para su vida, en vez de tratar de impresionar a otros con acciones que lucen espirituales?