Bosquejo del Sermón
La adversidad, la angustia, las pruebas, las tribulaciones y los quebrantos funcionan como lecciones en la escuela de la vida. Nos colocan en posición para recibir nuevo aprendizaje y entendimiento. Pueden alterar nuestra percepción del mundo y nuestra visión de Dios, así como llevarnos a cambiar nuestra conducta. Por supuesto, el Señor es el Maestro por excelencia. Él es Aquel a quien debemos recurrir para hallarle sentido a cualquier lección relacionada con la adversidad.
Dios permite la adversidad, al menos por tres razones:
No tarde en responder al Señor cuando Él actúe para captar su atención.
1. Dios usa la adversidad para captar nuestra atención.
El Señor usa una variedad de métodos para que le prestemos atención cuando resulta necesario, y la adversidad es uno de ellos. Una de las mejores maneras que conozco de responder a la adversidad que nos golpea de repente y que, obviamente, contiene un mensaje que Dios nos quiere comunicar, es leer el Salmo 25 y apropiarlo como nuestra oración personal:
A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, no se alegren de mí mis enemigos. Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; serán avergonzados los que se rebelan sin causa. Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día. Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades y de tus misericordias, que son perpetuas. De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad, oh Jehová (vv. 1–7).
No tarde en responder al Señor cuando Él actúe para captar su atención. Responda de inmediato y con humildad. Oiga lo que Él tenga que decirle.
2. La adversidad nos lleva a examinarnos.
En ocasiones, Dios permite la adversidad para motivarnos a hacer una introspección. Los vientos de la adversidad soplan llevándose los asuntos superficiales, y nos obligan a enfrentarnos con las realidades en un nivel más profundo. Nada tiene la capacidad de conducirnos más cerca a Dios que la tribulación. Ella nos impide negar la realidad y revela quiénes somos realmente, así como lo que creemos acerca de Dios, acerca de su deidad y acerca de su fidelidad.
Necesitamos examinar tanto nuestra fe como nuestros niveles de disciplina. ¿Estamos comprometidos a permanecer firmes en nuestra confianza en Cristo, o somos desviados del rumbo por cualquier viento adverso que sople en nuestra dirección? Pablo animó a los corintios a hacer esto: «pruébese cada uno a sí mismo» (1 Co 11.28). En otras palabras: «Examínese interiormente y descubra qué le impulsa, qué le motiva y qué le atrae». Si es todo lo demás menos Dios, entonces no es bueno. Él debe ser su factor motivador en cada situación de la vida.
Quienes hemos aceptado a Cristo como Salvador somos templo del Espíritu Santo, y Él quiere que seamos vasos limpios que Él pueda utilizar. No tenemos razón alguna para dejar que la basura del mundo o nuestros fracasos del pasado sigan aflorando en nuestra vida. El Señor desea que nos libremos de cualquier cosa que pueda mantenernos atados interiormente en esclavitud, bien sea en lo mental, lo emocional, lo psicológico o lo espiritual. Cuando nos volvemos complacientes y aceptamos las heridas del pasado como si fueran parte de nuestra identidad, hemos aceptado la perspectiva errónea, la definición errónea y el plan de acción erróneo. Somos nuevas criaturas en Cristo. No existe un solo punto en el que debamos estar separados de Él. El Señor nos ha sellado con su Espíritu. Lo viejo queda atrás, lo nuevo ha llegado. Es precisamente esa novedad de vida lo que nos da esperanza en tiempos de angustia.
Permítale a Dios sacar a la superficie la basura interna de su vida.
3. La lección eficaz conduce a un cambio en la conducta.
Cuando actuamos como Cristo, nuestra identidad verdadera emerge. Los profesores con frecuencia se proponen objetivos conductistas con sus charlas en el salón de clase. Estos objetivos denotan de manera concreta y conmensurable las conductas que el maestro desea que un estudiante exhiba, como prueba de que ha aprendido la lección. Las lecciones que el Señor nos enseña por medio de la adversidad son en últimas para ese mismo propósito: un cambio en la conducta, que incluye un cambio en la creencia que promovió la conducta.
No es suficiente que Dios desee captar nuestra atención ni que saquemos tiempo para examinar nuestras vidas con veracidad. Debemos permitir libre acceso a su Espíritu en cada área. Así aprendemos a observar, escuchar y buscar su guía y dirección. Podemos ver un problema o sentir un arranque de ira y pensar: ¿Cómo debería responder? Tal vez tomemos la decisión equivocada, digamos algo indebido o no hagamos caso de lo que sabemos que Él nos está diciendo que hagamos. A no ser que cambiemos nuestras reacciones y nuestra conducta, nunca nos beneficiaremos de la adversidad ni creceremos como resultado de ella. Dios provee un reto, y nosotros tenemos una oportunidad de obedecerlo o desobedecerlo. La decisión es nuestra, y sus consecuencias también nos pertenecen.
Jesús vino para soportar las cargas que plagan nuestras vidas. Él nos ayudará a llevar nuestras cargas a la cruz y lidiar allí con ellas, de una vez y para siempre. Él siempre lo hace todo para nuestro bien, y sólo Él sabe cómo el dolor abre el camino hacia la sanidad completa y la restauración espiritual.
Si está dispuesto(a) a permitir que Dios saque a la superficie la basura interna de su vida, y quiere cambiar lo que necesita ser cambiado, usted saldrá de cada adversidad más apegado(a) a Cristo, más maduro(a) como su hijo(a), y con mucho más potencial para reflejar el amor de Dios al mundo que le rodea.
Extraído de la Biblia Principios de Vida por Charles F. Stanley, © 2010.
Este mensaje es parte de la serie Principios de vida.