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Sermón de TV

Principio de Vida 28: Unidos en la vida cristiana

Ningún creyente ha sido llamado a transitar solitario en su peregrinaje de fe.

16 de marzo de 2024

En este mensaje, el Dr. Stanley comparte la importancia de ser parte activa de la iglesia. Todo aquel que quiera mantener una relación creciente con Jesucristo necesita comprometerse con un cuerpo local de creyentes. Si lo hacemos, nuestras vidas nunca serán las mismas.

Bosquejo del Sermón

El escritor de Hebreos sabía que su auditorio, compuesto principalmente por creyentes judíos que llevaban poco tiempo en la fe, luchaba al intentar incorporar su herencia judía a su andar con Cristo. Por ende, el autor dedica una gran cantidad de tiempo a explicar que Jesucristo preparó el camino para un compañerismo ininterrumpido con el Padre. Él es nuestro Gran Sumo Sacerdote. Su muerte proveyó la única vía para que los individuos tengan acceso personal a Dios sin la mediación de un agente humano.

A veces este era un principio difícil de aceptar para los judíos cristianos. Ellos estaban acostumbrados a participar en una variedad de lavamientos y ofrendas ceremoniales para sentirse limpios de sus pecados; el acceso inmediato a Dios prescindiendo de esas cosas era algo nuevo. Pero el escritor les aseguró que, gracias a que Cristo murió por sus pecados y se levantó de los muertos, ellos ahora podían ir directamente al Padre con sus oraciones y necesidades. El autor también conocía las dificultades que enfrentaban estos conversos para permanecer fieles a su nueva fe, y por eso exhortó a cada uno de ellos que mantuvieran la profesión de su esperanza «firme, sin fluctuar» (He 10.23).

El autor instruyó a sus lectores a ayudarse unos a otros para permanecer firmemente anclados a su fe en Dios. Sabía que serían tentados por las pruebas y las persecuciones, a apartarse de la verdad y el plan que Dios tenía para sus vidas. Por eso les dijo: «considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (He 10.24). El término griego que se traduce «estimularnos» significa literalmente «irritar», y se refiere aquí al aguzamiento de las buenas acciones y el apremio del amor mutuo, para que cada creyente considere lo que el Señor ha hecho en el pasado. Él es fiel y no abandona la obra de sus manos. Nosotros somos su creación, y cuando enfrentamos dificultades, tristezas, rechazos y otros problemas, podemos saber sin lugar a dudas que Dios proveerá la sabiduría y los recursos que necesitamos. Hasta en los tiempos gozosos, Él es quien nos bendice con la dicha y el contentamiento. En esencia, el autor instruye a sus lectores, y a nosotros, que nos estimulemos mutuamente a las buenas obras, rehusando caer en la trampa del negativismo y asumiendo la responsabilidad por nuestras vidas en Cristo, así como por nuestros hermanos en la fe.

Jesucristo preparó el camino para un compañerismo ininterrumpido con el Padre. 

Teniendo estos principios en cuenta, el autor dejó en claro que ellos no deberían dejar de reunirse por ninguna razón (He 10.25). Se necesitaban los unos a los otros, tanto como en la actualidad nosotros necesitamos a los demás creyentes. Dejar de congregarse sería un desastre porque le daría a Satanás una oportunidad para alejarlos del Señor. Era congregándose como un solo cuerpo, que ellos encontraban el ánimo mutuo que precisaban para seguir adelante. Esto mismo se aplica hoy a nosotros.

Dios quiere que nos juntemos con regularidad con otros creyentes. ¡Él quiere a su pueblo reunido en la iglesia! Hay muchos creyentes que no toman en serio esta admonición porque no ven la razón detrás de ella. En demasiadas ocasiones, he oído frases como ésta: «Yo puedo adorar a Dios en mi casa; no necesito ir a la iglesia». Muchos creyentes creen que la única razón por la cual nos congregamos es para rendir culto a Dios, y esto es comprensible. Al fin y al cabo, lo llamamos «culto de adoración».

Ahora bien, si la adoración fuera la única razón por la que tenemos mandado congregarnos, quienes afirman que pueden adorar en sus casas tendrían un argumento de peso. Pero la adoración no es la única razón, como tampoco lo es, el que podamos ser enseñados sobre las verdades de Dios. Lo cierto es que hoy día podemos encender nuestros radios y televisores para recibir buenas enseñanzas bíblicas. En la superficie, parecería que todo lo que hacemos en la iglesia también lo podemos hacer en nuestras casas, totalmente solos.

¿Por qué entonces nos es impuesto el congregarnos? ¿Por qué tenemos que «ir a la iglesia»?

El escritor de Hebreos nos dice que es para protegernos de quedar a la deriva. Somos el cuerpo de Cristo, y cuando estamos con otros creyentes estamos haciendo lo que es natural y justamente lo que haremos por la eternidad: estar juntos en la presencia del Señor. Conformamos la iglesia, y juntos nos suministramos fuerzas los unos a los otros a través de la oración, el compañerismo y el ánimo.

Las fuerzas del enemigo siempre están trabajando activamente a nuestro alrededor, procurando sacarnos del rumbo correcto. El férreo compromiso individual no basta para que nos mantengamos firmes en el camino de la fe. Necesitamos contar con la presencia de otros creyentes, así como la responsabilidad de rendir cuentas a hermanos que nos amen y estén dispuestos a reír y llorar con nosotros, y también que estén al tanto de lo que sucede en nuestra vida. A veces, cuando sentimos que nuestra fe es en vano o no vemos fruto en nuestras vidas y pensamos que nuestro testimonio es irrelevante, lo cierto es todo lo contrario. Cuando rendimos nuestras vidas a Cristo, Él nos usa de maneras incontables que no habríamos podido prever.

Su participación en una iglesia local protege su compañerismo personal con Dios. 

En la atmósfera de adoración y compañerismo en la casa de Dios, descubrimos que no estamos solos al oír a otros hablar de cómo el Señor ha provisto milagrosamente para ellos. Tal vez un hermano describa el dolor que padeció como resultado de una pérdida. Una nueva creyente podría contar su historia de redención, regocijándose en la gracia de Dios. A medida que nos escuchamos unos a otros relatando la obra de Dios en nuestras vidas, algo sucede en nuestro interior: somos estimulados a la fidelidad y motivados a alabar a Dios con mucha más intensidad por sus hechos bondadosos en nuestras vidas.

La responsabilidad de rendirnos cuentas los unos a los otros y el ánimo que encontramos en la iglesia nos anclan en medio de las corrientes que pueden arrastrarnos y dejarnos a la deriva. Si descuidamos el congregarnos regularmente con otros cristianos, vamos a perdernos este elemento esencial en el desarrollo de nuestra fe.

A lo largo de la Biblia, encontramos que uno de los deseos principales de Dios es tener una relación estrecha con cada uno de nosotros. Si usted se vuelve activo(a) en una iglesia local, se protege del riesgo de perderse todo lo que Dios le tiene reservado. Su participación en un cuerpo conformado por otros creyentes salvaguarda su compañerismo personal con Dios. Recuerde, cada vez que usted se aleja de la familia de Dios y queda a la deriva, sólo es cuestión de tiempo para que pierda su compañerismo con su Padre celestial.

Asistir regularmente a la iglesia jamás debería verse como algo que uno hace para ganar méritos con Dios. Nadie se salva por buenas obras. Más bien, debería servir como un catalizador para nuestro crecimiento espiritual. Cerciórese que la iglesia a la que usted asiste enseña la Palabra de Dios sin transigir ni adulterar su verdad. En caso que no lo haga, le recomiendo que visite otra iglesia. Encuentre una que enseñe con precisión los principios de las Escrituras al mismo tiempo que demuestre el amor, el perdón y la gracia de Dios. Recuerde que usted también tiene la responsabilidad de usar activamente sus dones espirituales para el beneficio de otros creyentes.

 

Extraído de la Biblia Principios de Vida por Charles F. Stanley, © 2010.

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Este mensaje es parte de la serie Principios de vida.

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