Bosquejo del Sermón
El rey David sabía que Dios lo había prosperado y le había dado reposo de todos sus enemigos. Un día se fijó en cada rincón de su cómoda casa y le dijo a Natán el profeta: «Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas» (2 S 7.2). El rey quiso construir un templo para Dios, una empresa nada pequeña.
Pero Dios tenía en mente una bendición mucho más grande para David. Él dijo: «Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa… será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro» (2 S 7.11, 16).
Esta historia nos muestra claramente que nunca podemos superar a Dios en generosidad. Aunque Él recibe con gusto nuestros regalos y ofrendas, siempre nos dará muchísimo más de lo que podríamos darle a Él. Dios nunca será deudor de nadie.
Jesús declaró que cualquier persona que diera a uno de sus seguidores hasta un vaso de agua en su nombre, sería generosamente recompensada (Mr 9.41). En cierta ocasión ilustró la generosidad de Dios describiendo cómo un «hombre noble» recompensó a sus siervos con múltiples ciudades porque ellos duplicaron varias veces la pequeña cantidad de dinero que les había dado. Pedro se jactó una vez con el Señor diciendo: «He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido» (Lc 18.28). Pedro probablemente esperaba una palmadita en la espalda. En cambio, Jesús le dijo: «De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna» (Lc 18.29, 30).
En uno de los ejemplos más claros de este principio en las Escrituras, Jesús nos dice: «Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lc 6.38).
Es un hecho: Jamás podremos superar a Dios en generosidad.
Todo lo que tenemos es un regalo de Dios.
El profeta Malaquías del Antiguo Testamento creyó en este principio. A través de él, Dios dio instrucciones al pueblo para que trajeran todos los diezmos, y dijo: «probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Mal 3.10).
Diezmar es dar el diez por ciento de nuestros ingresos a Dios para su obra. Todo lo que tenemos es un regalo de Dios; por lo tanto, el diezmo es meramente una porción de lo que Él ya nos ha dado. Si obedecemos la Palabra de Dios y damos con alegría la porción que Él ha requerido de nosotros, nos bendecirá tanto a nosotros como a la obra de su reino.
Hace años, Dios nos dirigió a comprar una propiedad para la ampliación de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta. Empezamos a orar para que Él proveyera los fondos que necesitábamos.
También oré específicamente pidiendo que el Señor me mostrara qué quería que yo aportara. Había contribuido con mis finanzas, pero sentí que había algo más que Él requería de mí.
En poco tiempo el Señor empezó a indicarme que ofrendara mi equipo de fotografía al fondo de construcción. A mí me encanta la fotografía. Es mi pasatiempo favorito. Sin embargo, la convicción de Dios era fuerte y al punto. Por ninguna razón quise perderme la bendición de tomar la decisión correcta. Sabía que mi obediencia conduciría a la bendición. Si el Señor quería mis cámaras, yo quería dárselas. Al fin y al cabo, Él era su propietario real.
Las promesas de Dios aguardan a los obedientes.
Unos días después, vendí mi equipo y entregué el dinero al fondo de construcción. Muchos de los otros miembros de nuestra congregación también dieron posesiones y tesoros personales. Fue una época maravillosa en nuestra congregación para buscar la voluntad de Dios en nuestras finanzas y permitirle también que Él demostrara su fidelidad a cada uno de nosotros. Cuando llegó el tiempo de diligenciar los trámites para adquirir nuestra nueva propiedad, pudimos contar con el dinero necesario y no tuvimos que pedir prestado un solo centavo.
Varios meses después, una mujer tocó a la puerta de mi casa. Al abrirla noté que ella llevaba dos bolsas de compras bastante grandes. Me preguntó: «¿Usted es Charles Stanley?» No supe qué pensar en ese momento pero le contesté: «Sí, soy yo».
Luego me dijo: «Esto es para usted». Ella dejó las bolsas en el piso y se marchó. Miré adentro y reconocí de inmediato mi equipo de fotografía. Dios me había devuelto cada lente y cada cámara. ¿Es así es como Dios obra? Yo creo que sí. Muchas veces, Él nos prueba para ver en dónde está puesta nuestra devoción verdadera: ¿en las «cosas» o en Él?
Él nos reta a darle el privilegio de probar su fidelidad y ha prometido bendecirnos a cambio (Pr 3.9, 10). Si obedecemos, Él protegerá nuestras finanzas, tal como protegió a su pueblo obediente en el Antiguo Testamento de los insectos que de otro modo habrían devorado sus cosechas.
El salmista preguntó: «¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?» (Sal 116.12). La pregunta podría parafrasearse: «¿Cómo puedo reembolsarle ó restituirle al Señor toda su bondad hacia mí?» La respuesta es que no podemos. Nadie puede, porque nadie supera al Señor en generosidad.
Extraído de la Biblia Principios de Vida por Charles F. Stanley, © 2010.
Este mensaje es parte de la serie Principios de vida.