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Sermón de TV

Principio de Vida 16: Cuando los planes se convierten en cenizas

Todo lo que adquirimos fuera de la voluntad de Dios termina convirtiéndose en cenizas.

1 de noviembre de 2019

Bosquejo del Sermón

Algunas personas creen que si Dios no les concede algún deseo entrañable, sería lo peor que podría pasarles en la vida. Creen que quedarán totalmente desilusionados y devastados si aquel deseo profundo sigue sin hacerse realidad.

Por esa razón, optan por vivir en función de su deseo, sea en oposición a la voluntad de Dios o en desconsideración de ella, y terminan verdaderamente frustrados, incluso si llegan a conseguir aquello que creyeron necesitar tanto. Son como los israelitas en el tiempo de Moisés, que se quejaron ante Dios e insistieron en tener carne en su dieta (Nm 11.4, 31–34; Sal 78.27–31). Salmo 106.15 nos dice que Dios «les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos». El deseo se convierte en maldición.

G. K. Chesterton dijo: «Existen dos maneras de conseguir lo suficiente; una es acumular más y más, la otra es desear menos». Aunque usted siempre puede obtener más posesiones, relaciones, éxitos y demás, siempre quedará espacio para muchas más cosas. Si usted tiene espacio para acumular más, tendrá la opción de apetecer más. El ciclo nunca termina.

¿Cómo podemos desear menos? 

Si elige la segunda ruta del consejo de Chesterton, que es «desear menos», la probabilidad de vivir una vida satisfactoria aumenta. Pero, ¿cómo podemos desear menos?

Debemos volver al deseo más profundo que existe en todo corazón humano, aquella cosa singular que anhelamos de verdad: conocer a Dios. Tan pronto quedemos satisfechos con su presencia, requeriremos mucho menos de lo que el mundo nos ofrece.

Quizás no reconozca el anhelo que tiene en su interior como un deseo intenso de Dios. De hecho, es posible que simplemente se sienta insatisfecho con su vida. Tal vez la relación que quería y que al fin consiguió no es todo lo que pensó que iba a ser. Quizás ya tenga todo lo que hubiera querido tener en la vida, y sin embargo pase por períodos melancólicos de nostalgia, tristeza y soledad.

La insatisfacción, las expectativas frustradas y los sentimientos de derrota y aislamiento tienen el mismo origen: un hambre voraz de Dios. Siglos atrás, Agustín escribió: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti».

Siempre habrá algo más que podamos aprender acerca de Dios, y mientras vivamos en la tierra nunca vamos a conocerlo a plenitud (1 Co 13.12), pero tan pronto entramos a una relación con el Señor, Él promete revelarnos más de sí mismo, a medida que tenemos compañerismo diario con Él. Oseas 2.19, 20 dice: «te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová».

Tener compañerismo con el Señor consiste en hablar con Él y escucharlo, a medida que usted estudia la Biblia, ora y lo adora. Eso es lo que significa conocerlo mejor. Él ha «desposado» (o comprometido) a su pueblo consigo mismo por una razón: darse a conocer a nosotros.

Siempre habrá algo más que podamos aprender acerca de Dios. 

Cuando usted desarrolla su relación con Dios y descubre más acerca de su carácter santo, Él ilumina su corazón y su mente, dándole un mayor deseo de conocerlo más íntimamente. En ese proceso maravilloso, usted irá dejando atrás sus deseos carnales. Sus deseos mundanos simplemente no pueden compararse a la satisfacción profunda, el gozo y la realización que Dios le ofrece. Usted verá cómo las cosas que adquiere fuera de la voluntad del Señor se convierten en cenizas, mientras las bendiciones que Él le da son duraderas y satisfacen su alma.

Este es un proceso que profundiza:

  • Nuestra humildad. A medida que vemos la soberanía de Dios revelada, vamos a entender a mayor profundidad nuestra necesidad de Él.
  • Nuestra gratitud. Saber que la benignidad de Dios es lo que motiva su perdón, liberación y dirección para con nosotros, nos da un corazón agradecido. En lugar de venir a Dios con quejas en cuanto a nuestros deseos egoístas no satisfechos, nos acercamos a Él con adoración y alabanza.
  • Nuestro propósito. A medida que el Espíritu Santo ilumina con nueva luz aquellos versos que hemos leído muchas veces antes, nuestra búsqueda por tener una relación con Él llega a ser más fuerte, más profunda, y más personal. Nuestra apreciación de la Palabra de Dios nos brinda un deleite más profundo en estudiar y aplicar su verdad.
  • Nuestra reverencia. Aprender algo nuevo acerca de nuestro Creador nos recuerda que no lo sabemos todo sobre Él. Apreciamos más la profundidad, la altura y la anchura del amor, el poder y la sabiduría de Dios, y esto intensifica nuestro temor reverente mientras nuestra admiración hacia Él crece.
  • Nuestro deseo de agradar a Dios. Cuando tenemos un temor santo y respetuoso del Señor, nuestro deseo de satisfacción personal se desvanece y se convierte en el servicio a nuestro Dios. Agradarlo no es una carga, más bien llega a ser un gozo que emprendemos con humildad y gratitud.

Es asombroso que cuando procuramos satisfacer nuestro deseo de Dios, Él cumple los demás deseos que nos ha dado (Sal 37.4). Así aprendemos de nuevo esta poderosa lección: adquirir cualquier cosa fuera de su voluntad nos defraudará en últimas, en cambio Él nos llena con la satisfacción verdadera de sus «delicias… para siempre» (Sal 16.11).

 

Extraído de la Biblia Principios de Vida por Charles F. Stanley, © 2010.

Este mensaje es parte de la serie Principios de vida.

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