Bosquejo del Sermón
De vez en cuando es importante que evaluemos nuestra situación, por eso le pido que mire a su alrededor. ¿Qué está sucediendo en su vida y en su familia?
Tal vez no experimente ahora mismo un tiempo difícil. Desde su punto vista, todo se ve soleado y despejado. Sin embargo, las tormentas siempre llegan. A veces se agolpan sobre nuestras vidas y nos azotan sin clemencia. ¿Cómo mantenemos la paz y el equilibrio espiritual cuando las pruebas golpean nuestra vida?
La respuesta se encuentra en una relación íntima y constante con Jesucristo. Las palabras del himno clásico de Helen Lemmel, «Fija tus ojos en Cristo», contienen una verdad emocionante y vital: hay una paz imperturbable que está a plena disposición de todos aquellos que vuelven los ojos de sus corazones a Jesús.
La respuesta se encuentra en una relación íntima y constante con Jesucristo.
Lo más probable es que cuando la adversidad golpea, una de las primeras cosas que hacemos es preguntarnos por qué. Luego nos preguntamos cómo se verá afectada nuestra vida. Aunque tales reacciones son normales, también necesitamos otra acción positiva, la cual es acudir al Único que tiene firmemente en su control toda la tranquilidad y la seguridad que necesitamos.
Nadie, aparte de Dios, está equipado para manejar nuestros problemas. Él nunca quiso que sacáramos fuerzas de nosotros mismos. Él quiere que hallemos valor, esperanza y fortaleza en Él y en su Palabra.
Muchos se preguntan qué pueden hacer para cambiar los sentimientos de ansiedad que tienen cuando se encuentran bajo presión. Uno de los primeros pasos es reconocer la ansiedad por lo que es, todo lo opuesto de la paz. Es como un abanico que aviva las llamas de la duda y la confusión, y tiene el poder para dejarnos indefensos y enmarañados en toda clase de preocupaciones y temores. Cada vez que sucumbimos a esos pensamientos de ansiedad, perdemos nuestro enfoque y nuestra mente espiritual. La clave para superar la ansiedad se encuentra únicamente en la presencia de Dios.
Pablo nos exhorta: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4.6, 7).
Aceptar la agenda de Dios y las limitaciones que impone en una situación dada contribuye a reducir la ansiedad. Por lo tanto, deje que Él provea para usted en su tiempo oportuno. Cuando usted acepta la vida como un regalo de la mano de Dios, hará lo que dice el himno de Helen Lemmel y fijará sus ojos en Jesús. Usted verá su rostro glorioso y en su mirada encontrará misericordia y gracia, perdón y esperanza, paz y seguridad eterna.
¿Qué estaría dispuesto a dar para experimentar la paz de Dios? ¿Está dispuesto a dejar el enojo que envenena su alma porque alguien le ha causado alguna herida? Dios conoce el dolor que usted ha experimentado. ¿Confiará en Él con calma, sabiendo que no le ha olvidado sino que está dispuesto a sanarle ahora mismo?
La paz de Dios es inquebrantable porque nunca ha existido un tiempo o suceso en que Dios se haya sentido perturbado. Su paz y su presencia son seguras, son inconmovibles. Usted logrará muchas cosas grandes y poderosas si mantiene su enfoque en Dios.
En uno de los momentos más difíciles de su vida, David escribió el Salmo 57 que empieza así: «Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. Él enviará desde los cielos, y me salvará de la infamia del que me acosa; Dios enviará su misericordia y su verdad» (vv. 1–3).
Aprópiese de las palabras de Jesús: «La paz sea contigo».
¿Cómo pudo escribir David con tanta confianza, mientras el rey Saúl trataba de matarlo? David tenía la inquebrantable paz divina dentro de su corazón, aquella paz que le daba certeza que Dios iba a proteger su vida y a cumplir las promesas que le había hecho.
El lugar más seguro para usted cuando vienen las pruebas es en los brazos de su Salvador. Después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos y les dijo: «Paz a vosotros» (Jn 20.19). No fue un simple saludo, el Señor tenía un propósito específico con esa frase. Se refería a la paz de Dios, inconmovible y eterna, la paz que Él mismo compró en la cruz (Jn 14.27; Ro 5.1; Ef 2.13–16). Esta es la paz que usted necesita hoy.
¿Algo le atribula? ¿Tiene un conflicto, una tristeza o una situación que se ha salido de su control? Escuche lo que Jesús nos dice: «Paz a vosotros».
Deje que esta paz invada su corazón. Dígale todo lo que siente. Él entiende y sabe que la vida puede ser difícil, pero Él tiene la solución. Nuestra paz reside en nuestro Salvador, quien nos ama con un amor incondicional. Él ha prometido guardarnos y llevarnos a los brazos amorosos del Padre.
Extraído de la Biblia Principios de Vida por Charles F. Stanley, © 2010.
Este mensaje es parte de la serie Principios de vida.