La vida a veces puede ser difícil y agotadora, en especial cuando tratamos de servir a Dios. Por esta razón, Jesucristo nos prometió al Espíritu Santo. Él no es una fuerza impersonal; es la tercera persona de la Trinidad que da poder, convence, guía y consuela a todos los creyentes.
Este mensaje fue grabado antes de la crisis de COVID-19. Para proteger a nuestro personal y a la comunidad, estamos siguiendo las pautas de seguridad y practicando el distanciamiento social. Apreciamos su comprensión.
Bosquejo del Sermón
Nuestras convicciones en torno al Espíritu Santo
PASAJE CLAVE: Lucas 24.47-49
LECTURAS DE APOYO: Génesis 1.26 | Lucas 24.47-49 | Juan 14.16-18, 26; 16.7, 8, 13 | Hechos 1.8; 2.1-6 | Romanos 10.9 | 1 Corintios 12.4-7 | Gálatas 5.22, 23 | Efesios 1.13, 14; 5.18 | 1 Juan 1.9
INTRODUCCIÓN
Incluso los cristianos podemos vivir sin percatarnos de una de las más grandes bendiciones que Dios nos ha dado.
Aunque ya sepamos que somos salvos, quizás no nos hemos dado cuenta de que el Espíritu Santo mora en nuestra vida. A pesar de haber escuchado acerca de este asunto, puede que no comprendamos quién es el Espíritu Santo, o por qué es tan importante su presencia en nuestra vida. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos declaran todo lo que necesitamos conocer acerca del Espíritu Santo, quien fue enviado por nuestro Padre celestial para que su propósito se cumpla en nuestra vida.
DESARROLLO DEL SERMÓN
El Espíritu Santo es una persona y no una fuerza o poder. Aunque algunas traducciones de la Biblia se refieran a Él de esa manera, el término original griego nos enseña que es una persona.
¿Quién es el Espíritu Santo?
Cuando Dios creó al hombre, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gn 1.26). Al hablar en plural se refiere a las tres personas de la Trinidad. Es decir, a Dios-Padre, Dios-Hijo y Dios-Espíritu Santo. Los tres obraron de manera activa en la creación. Y como seres humanos fuimos hechos a la imagen de la Trinidad.
En la época del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios llegaba a la vida de las personas para cumplir su propósito; pero después también se iba. Sin embargo, la noche antes de que Cristo fuera crucificado, prometió pedirle a su Padre celestial que enviará al Espíritu de Verdad para que consolara y acompañara a los discípulos (Jn 14.16-18). Aunque el Señor ya no estaría con ellos en un cuerpo físico, no los dejaría solos como si fueran huérfanos, sino que prometió vivir en ellos por medio de la presencia de su Espíritu.
¿Por qué el Padre envió al Espíritu Santo?
Antes de su ascensión, Jesús les dio a sus discípulos la misión de proclamar un mensaje de arrepentimiento para que pudieran recibir el perdón de pecados en su nombre. Prometió enviarles lo que les había prometido; pero tendrían que permanecer en Jerusalén hasta que fueran investidos de poder desde lo alto (Lc 24.47-49).
La promesa de Cristo se cumplió poco tiempo después en el Día de Pentecostés (Hch 2.1-6). Mientras los creyentes estaban reunidos en el aposento alto, vino un gran estruendo del cielo, como si fuera un fuerte viento que soplaba, el cual llenó el lugar donde se encontraban. “Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (v. 3). En ese momento fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas (o idiomas) a los judíos de diversas regiones, los cuales se hallaban reunidos en Jerusalén. Y cada uno escuchó el mensaje en su propio idioma.
¿En qué momento viene el Espíritu Santo?
En la actualidad, el Espíritu viene a morar y a sellar a los creyentes en el momento en el que son salvos (Ef 1.13, 14). El sello es una muestra de la autenticidad y autoridad de Dios. Hemos venido a ser sus hijos y nuestro nombre ha sido escrito en el Libro de la Vida del Cordero. Como ese sello no puede ser roto por nada ni nadie, nos garantiza la vida eterna.
El fruto del Espíritu descrito en Gálatas 5.22, 23 describe lo que produce en la vida de los que ha sellado: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza”. No podemos expresar estas cualidades de no ser por la obra que el Espíritu hace en nosotros.
¿Qué hace el Espíritu Santo?
- Nos convence de pecado (Jn 16.8).
- Mora permanentemente en nosotros (Jn 14.16, 17).
- Nos sella (Ef 1.13).
- Nos enseña (Jn 14.26).
- Nos guía a la verdad (Jn 16.13).
- Nos hace recordar su Palabra (Jn 14.26).
- Lleva fruto por medio nuestro (Ga 5.22, 23).
- Nos consuela (Jn 16.7).
- Nos capacita con dones espirituales (1 Co 12.4-7).
- Nos llena (Ef 5.18).
- Nos fortalece (Hch 1.8).
Aunque el Espíritu viene a nuestro corazón desde el momento en el que somos salvos, su obra continúa hasta el final de nuestra vida. Su responsabilidad es capacitarnos para que podamos hacer lo que Dios nos ha encomendado y para transformarnos en la persona que desea que seamos. Es Él quien nos recuerda cada día quiénes hemos venido a ser en Jesucristo y quién nos equipa para enfrentar los desafíos diarios. Es por eso que no tenemos que batallar con nuestras propias fuerzas, sino con su poder. Eso no significa que viviremos exentos de dificultades, conflictos y pruebas. Pero podemos estar convencidos que guarda nuestros caminos y nos da su sabiduría. Y, al pecar, nos convence de lo que hemos hecho mal, para que confesemos nuestra desobediencia y recibamos su perdón (1 Jn 1.9).
El Espíritu Santo es nuestra fuente de poder.
En el momento en el que Jesús les dio a sus discípulos la misión de proclamar el evangelio a todo el mundo, no tenían el poder para realizar esa labor (Lc 24.49). Es por eso que les dijo que esperaran hasta que el Espíritu viniera. De la misma manera, si en verdad deseamos realizar lo que Dios nos ha encomendado, tenemos que depender de Él como nuestra fuente de poder y fortaleza.
El poder del Espíritu Santo es la energía y autoridad de Dios derramadas en la vida del creyente con el propósito de una vida piadosa y un servicio fructífero. Al andar en su Espíritu, dependemos de su poder para cumplir con la voluntad de nuestro Padre celestial, y como resultado, obtener los siguientes beneficios:
- Puede que nos cansemos, pero no desfalleceremos.
- No nos desanimaremos por los obstáculos, pues sabemos que su Espíritu Santo nos capacitará para hacer aquello a lo que nos ha llamado.
- Confiaremos en Dios en vez de tratar de manipular la situación.
- Sentiremos aflicción, pero no estaremos desesperados.
Es al hacer la obra de Dios en su poder y de acuerdo a sus planes, que somos bendecidos sin importar lo que tengamos que enfrentar. Andar en el Espíritu no hace fácil nuestra existencia, pero nos asegura que no estaremos solos, pues siempre estará con nosotros.
¿Qué significa ser llenos del Espíritu?
Aunque somos sellados y bautizados por Dios desde el día de nuestra salvación, ser llenos del Espíritu significa que hemos rendido nuestra vida a su autoridad. Y es al someternos y al vivir en obediencia a su voluntad, que Él toma el control de nuestra vida y nos llena con su presencia.
REFLEXIÓN
- ¿Qué papel juega el Espíritu Santo en su vida? ¿Se ha rendido a Él? ¿Qué cree que deba hacer para vivir en completa sumisión al Señor? ¿A qué debe renunciar para lograrlo?
- ¿Acaso ha estado luchando por vivir con sus propias fuerzas? ¿Qué resultados ha obtenido?
- ¿Puede ver el fruto del Espíritu en todo lo que hace (Ga 5.22, 23)? ¿Qué puede hacer para que su reacción ante otras personas esté basada en la voluntad del Espíritu de Dios y no en sus propios deseos?