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Sermón de TV

Navidad: La sabiduría de Dios

En ninguna parte es más evidente la sabiduría de Dios que en su plan de redención.

17 de diciembre de 2022

Cuando necesitamos confianza en los planes de Dios para nosotros, considerar su obra perfecta nos da paz. En este mensaje, el Dr. Stanley recorre los acontecimientos de la historia de la Navidad, donde la Palabra de Dios afirma cómo cada detalle de la llegada del Mesías fue meticulosamente cumplido por Dios.

Bosquejo del Sermón

NAVIDAD: LA SABIDURÍA DE DIOS
PASAJE CLAVE:
Romanos 11.33
LECTURAS DE APOYO: Miqueas 5.2 | Mateo 1.20, 21; 20.28 | Lucas 1.26-38; 2.1-20 | Juan 1.29; 6.35, 51 | Romanos 8.28 | Gálatas 4.4, 5 | Filipenses 2.9-11
INTRODUCCIÓN

Saber que Dios es quien nos guía y que siempre escoge lo mejor para nuestra vida nos da paz y consuelo.

En todo momento Dios producirá el mejor resultado, en el tiempo adecuado y de la manera indicada, con tal de que su propósito se cumpla. En Romanos 8.28 se enfatiza la manera en la que el Señor obra en nuestra vida con toda sabiduría: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.
DESARROLLO DEL SERMÓN

La sabiduría de Dios es evidente desde Génesis hasta el Apocalipsis. Romanos 11.33 la describe de la siguiente manera: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”
La sabiduría de Dios en la Navidad

En ningún otro lugar la sabiduría del Señor es más evidente que en su plan de redención. Desde la eternidad pasada planificó la manera en la que la humanidad pecadora podría ser salva. Para poder valorar la sabiduría inmensurable de Dios solo tenemos que reflexionar en los sucesos de la historia de la Navidad, cuando su Hijo vino al mundo.
El tiempo de Dios

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Ga 4.4, 5).
A lo largo de la historia, imperios se han levantado y también han caído. Cada uno ha ofrecido una contribución singular a la civilización; como por ejemplo, los egipcios, asirios, babilonios, persas y griegos. Sin embargo, Dios escogió el tiempo del Imperio romano para la venida de su Hijo Jesucristo. Ese fue el predeterminado tiempo, y todos los sucesos ocurrieron tal y como lo había planificado.
La vida de Jesucristo no comenzó el día de su nacimiento. El Hijo de Dios siempre existió, pero fue en el momento de la encarnación que su deidad se revistió con la naturaleza humana. Algunos esperaban la venida del Mesías, pero muchos otros no. Y mucho menos esperaban que viniera como un recién nacido. La mayoría pensaba que vendría como un poderoso líder militar que les libraría de la opresión romana.
El lugar del nacimiento de Cristo
Cientos de años antes, Miqueas había profetizado el lugar que Dios había escogido para el nacimiento del Mesías: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi 5.2).
Dios no escogió una ciudad colosal como escenario para el nacimiento de su Hijo, sino un pequeño pueblo de poca importancia. El nombre Belén significa “casa de pan”, el cual es un lugar apropiado para Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6.35).
El hecho de que José y María vivieran en Nazaret no fue un obstáculo para el plan de Dios. Ordenó que Augusto Cesar promulgara un edicto, que obligaba a todos a

matricularse en el lugar de donde provenía su familia. José y María tuvieron que viajar a Belén, pues eran descendientes de David (Lc 2.1-7). Puede que los líderes humanos pensaran que tomaban sus propias decisiones, pero solo estaban siendo usados por el Señor para que su plan se cumpliera, y que el Mesías naciera en Belén, la ciudad de David.
El anuncio del nacimiento
Los grandes sucesos casi siempre son anunciados por importantes dignatarios; y para validar el mensaje del nacimiento del Mesías, Dios envió a un ángel desde el cielo. Pero, en vez de proclamarlo a multitudes, fue enviado a un grupo de pastores que estaban en el campo (Lc 2.8-20). Al hacerlo, Dios hizo que su Hijo se identificara con estos hombres humildes, porque Jesucristo vendría a ser el Buen Pastor quien guiaría a las personas a la salvación.
Los pastores se apresuraron al lugar donde yacía Jesucristo y le contaron a otros lo que el ángel les había anunciado y cómo habían visto al recién nacido Salvador.
La encarnación
Podemos palpar la sabiduría de Dios en la encarnación de Jesucristo. A pesar de que nació como los demás seres humanos, fue concebido milagrosamente por el Espíritu Santo en el vientre de una virgen (Lc 1.26-35). El eternal Hijo de Dios, quien no tiene ni principio ni fin, vino a este mundo como un recién nacido, sin renunciar a su deidad.
Para poder ser nuestro Salvador, tenía que poseer la perfección de Dios y, al mismo tiempo, la naturaleza humana que le permitiría identificarse con los seres humanos y morir por sus pecados. La encarnación fue la única manera en la que se podía cumplir el plan de redención del Señor.
El entorno

También podemos apreciar la sabiduría de Dios al considerar el entorno del nacimiento de Cristo. No nació en un palacio, ni tan siquiera en un motel. Como era el Cordero de Dios, que venía a quitar el pecado del mundo (Jn 1.29), nació en un pesebre, rodeado de animales. Vino a este mundo sin prominencia ni riquezas, porque los caminos de Dios son diferentes de los nuestros. La escena del pesebre proclama que Dios el Hijo vino en humildad para ser nuestro Salvador.
El nombre
Jesús era un nombre bastante común en esa época. En hebreo es Josué, el cual significa “el Salvador de Jehová”; y justo eso fue el Mesías. Dios le dijo a José que le pusiera ese nombre al niño, “porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1.20, 21). Es el nombre que está por encima de cualquier otro, y el único por el que podemos ser salvos. Y un día toda rodilla se doblará en el Cielo y en la Tierra ante el nombre de Jesucristo (Fil 2.9-11).
El propósito de Dios
La sabiduría de Dios se expresa por medio del propósito que tuvo al enviar a su Hijo; nuestra redención. El bebé en el pesebre nació para ser el Cordero de Dios, quien vino “para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20.28). El ser humano nunca podrá llegar a ser lo suficientemente bueno en sí mismo para ser reconciliado con Dios, porque todos nacemos con una naturaleza pecaminosa. Solo Jesucristo pudo llevar sobre sí la ira de Dios, para que pudiéramos ser perdonados. No existía ninguna otra solución. Cada detalle del plan de redención fue diseñado por la sabiduría de nuestro Padre celestial.
REFLEXIÓN

  • ¿Encuentra consuelo al considerar la sabiduría de Dios en los eventos de la Navidad? ¿Qué aprendemos acerca de su sabiduría y del cuidado que tiene para dirigir nuestra vida?
  • ¿Qué ha aprendido sobre la inmensurable sabiduría del Señor al reflexionar en la historia de la Navidad? ¿Está usted dispuesto a dejarse guiar por Cristo aunque le dirija por un camino que no puede comprender?

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