Una vez que nos convertimos en cristianos, tenemos la responsabilidad de compartir la verdad de la salvación con los demás. Sin embargo, a menudo no nos atrevemos a compartir nuestra fe porque tenemos preguntas y dudas sobre lo que es exactamente el evangelio.
Bosquejo del Sermón
LA RAZÓN PARA NUESTRA AUDACIA
PASAJE CLAVE: Romanos 1.1-7, 14-17
LECTURA DE APOYO: Marcos 16.15 | Lucas 4.18 | Hechos 9.16 | 1 Corintios 15.1-4 | 2 Corintios 11.22-28 | Gálatas 2.7 | Filipenses 1.16 | Colosenses 1.5 | 1 Tesalonicenses 2.2
INTRODUCCIÓN
¿En qué consiste el evangelio?
Aunque los creyentes estén familiarizados con el evangelio, muchos se resisten a compartir su fe porque se consideran incompetentes; temen a las reacciones negativas y se intimidan por las preguntas que la gente les pudiera hacer. Pero Dios nos ha entregado el mensaje más importante que el mundo pueda conocer, y puesto que nosotros confrontamos filosofías y creencias erróneas, todos necesitamos entender el evangelio y con toda audacia saber presentarlo a quienes lo necesitan.
Así que no podemos permitir que el temor y la ignorancia nos impidan entregar a los perdidos el mensaje que puede transformar su destino eterno.
DESARROLLO DEL SERMÓN
El lugar que ocupó el evangelio en la vida de Cristo
- Él sabía que había sido ungido para predicar el evangelio (Lc 4.18). Fue comisionado y autorizado por el Espíritu Santo para enseñar y predicar el evangelio del reino de Dios dondequiera que fuere.
- Capacitó a otros para compartir el mensaje. Durante tres años estuvo capacitando a sus discípulos antes de entregarles la tarea que debían desempeñar por el resto de sus vidas, diciéndole: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr 16.15) por el poder del Espíritu Santo.
El lugar que ocupó el evangelio en la vida de Pablo
- Reconocía que había sido apartado para el evangelio de Dios (Ro 1.1). Pablo fue llamado específicamente por el mismo Cristo para que le sirviera. Él desempeñó esa labor con toda fidelidad al proclamar a Cristo en una vasta región del mundo conocido.
- Adquirió el deber de predicar la verdad (Ga 2.7). Sabía que le había sido confiada una responsabilidad enorme, de la que debía rendir cuentas. Al mismo tiempo, que le demandaría defender la fe ante reyes y distintas autoridades y que estaría expuesto a todo tipo de sufrimientos (Hch 9.16; 2 Co 11.22-28), pero no por eso se rehusó a ejecutarla.
- Estaba ansioso por evangelizar a los perdidos (Ro 1.14). Sabiendo que el Señor le había entregado la difícil tarea de ser el apóstol a los gentiles, se esforzó por llevar a cabo esa tarea con toda dedicación haciéndose siervo de todos para ganar al mayor número de quienes necesitaban ser salvos, comenzando con familiares, amigos, colaboradores, sin ignorar a los desconocidos e incluyendo a los enemigos. Además, Él mismo describió detalladamente lo que estuvo dispuesto a hacer, y concluyó diciendo: “a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Co 9.19-23).
- No se avergonzaba del evangelio (Ro 1.16). Se enfocaba en el poder del evangelio para transformar la vida de alguna persona, no en las reacciones negativas de los demás. Con frecuencia nosotros nos avergonzamos de nuestra fe porque nos enfocamos en nosotros mismos; pero si concentramos nuestra atención en los que no tienen esperanza y les expresamos interés en su situación, el Señor nos abrirá puertas para compartir nuestra fe. Él nos llenará de poder para traer gozo y paz a sus corazones.
La naturaleza del evangelio
- Su origen (Ga 1.11, 12). El mensaje que debemos compartir proviene directamente del Señor, no de los hombres. Pablo dijo que era “el evangelio de Dios” (1 Ts 2.2) y “la palabra verdadera del evangelio” (Col 1.5). Eso es más que suficiente para satisfacer la demanda humana más exigente y garantizar la aprobación divina.
- Su definición. El término griego euangélion quiere decir, “buena nueva”. Es la buena nueva del Señor Jesús y su oferta de salvación por medio de su muerte, sepultura y resurrección, que debe ser recibida por fe (1 Co 15.1-4). No se basa en nuestras buenas obras ni en nuestro esfuerzo personal, sino es el don gratuito de la gracia de Dios para todo aquel que acude a su llamado y se sujeta a su voluntad. Una vez que recibimos su salvación estamos en la obligación de compartirla con todo aquel que está sin Dios y sin esperanza en este mundo.
Los beneficios del evangelio
Al aceptar a Cristo como Salvador y Señor recibimos también una serie de beneficios por medio de los cuales se efectúan cambios radicales en nuestra relación con Dios desde ese momento y por toda la eternidad. Como hijos de Dios somos:
- Redimidos: Al morir en la cruz, el Señor Jesucristo pago el precio por nuestros pecados y con su sangre nos compró para Dios. Es decir, ahora ya le pertenecemos.
- Perdonados: Basándonos en el sacrificio de Cristo, el Señor considera que la cuenta ha quedado liquidada. Podemos decir como el compositor de un himno antiguo: “Todo fue pagado ya, nada debo yo; salvación perfecta da quien por mí murió”.
- Justificados: Dios no solo nos ha perdonado, sino que ahora nos trata como si nunca hubiéramos pecado.
- Reconciliados: Nuestros pecados habían impedido que tuviéramos comunión satisfactoria con Dios, pues temíamos su reprensión y castigo. Ahora podemos entablar una nueva relación con Él, gracias a que nos ha sacado de las tinieblas a su luz admirable.
- Santificados: El Señor ha cambiado el derrotero de nuestra vida por lo que el Espíritu Santo nos capacita para vivir apartados del mal y agradarle en todos nuestros actos.
- Glorificados: Este último beneficio sucederá cuando abandonemos este mundo y el Señor nos llame a su presencia. Allí experimentaremos la gloria que Él mismo nos ha preparado y estaremos con Él para siempre.
REFLEXIÓN
- El evangelio de Cristo es el único que ofrece y garantiza para todo aquel que en Él cree y recibe gozoso la salvación por su gracia; pero estamos rodeados de personas que necesitan no solo este mensaje sino esta oportunidad que solo Él puede otorgar al que deposita su confianza en Él. Y nosotros tenemos el privilegio de darlo a conocer y ver que sigue siendo “potencia de Dios a todo aquel que cree” (Ro 1.16).