Basado en Lucas 24.13-18, este mensaje examina cómo la crucifixión representa el momento más importante de la historia de la humanidad. El Dr. Stanley explica que, por medio de la crucifixión de Cristo, Dios juzgó el pecado, derrotó a Satanás y nos reconcilió con Él.
Bosquejo del Sermón
EL MOMENTO MÁS IMPORTANTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
PASAJE CLAVE: Lucas 24.13-26
LECTURA DE APOYO: Génesis 2.17 | Ezequiel 18.4, 20 | Mateo 27.46 | Juan 1.29; 12.27-31; 19.30 | Hechos 2.22-24 | Romanos 1.18; 6.6; 8.1-3 | 2 Corintios 5.6, 10, 17, 18, 20, 21 | Filipenses 3.21 | Colosenses 2.13-15 | Hebreos 9.22 | 1 Pedro 2.21-24 | 1 Juan 1.9 | Apocalipsis 1.18
INTRODUCCIÓN
Si usted le pidiera a un historiador, filósofo, o científico que identifique el momento más importante de la historia, lo más seguro es que le darían diferentes respuestas. Pero desde la perspectiva de Dios, ese momento fue la crucifixión, la muerte y la resurrección de su Hijo Jesucristo. Como seres humanos, no podemos comprender por completo todo lo que sucedió en la cruz, pero el Señor nos ha dado un conocimiento más profundo por medio de lo que enseña en su Palabra.
DESARROLLO DEL SERMÓN
Después de la resurrección, Jesucristo se apareció a dos de sus discípulos que iban por el camino a Emaús (Lc 24.13-26). Habían estado en Jerusalén, sabían que el Señor había muerto y también habían escuchado de su resurrección, pero estaban decepcionados y confundidos con estos sucesos. Jesucristo les dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lc 24.25, 26). Y les explicó todo lo que se había escrito acerca de Él en el Antiguo Testamento. Solo Jesucristo sabía con certeza lo que había sucedido, y por medio de su Palabra continúa explicando ese suceso hasta hoy.
Cuando Jesucristo fue crucificado, Dios juzgó el pecado.
Como Dios es santo y justo, aborrece el pecado. Les advirtió a Adán y a Eva, que morirían si lo desobedecían (Gn 2.7); y en su Palabra continúa advirtiéndonos que no debemos revelarnos contra Él, pues su ira “se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro 1.18).
En el Antiguo Testamento, Dios estableció rituales con sacrificios de animales para lidiar con el pecado. Según Hebreos 9.22, “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Pero esos sacrificios no eran suficiente. Lo que se necesitaba era un sacrificio perfecto, y por eso Jesucristo vino a este mundo. Juan el Bautista se refirió a Él como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1.29).
Jesucristo fue el único que calificaba para este sacrificio, pues era perfecto. En la cruz, Dios hizo que Aquél “que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co 5.21). El Señor ocupó nuestro lugar al llevar la culpa y el castigo de nuestros pecados. Todo esto sucedió de acuerdo al conocimiento y al plan de Dios. Sacrificó a su Hijo para que llevara la condenación que merecíamos recibir (Hch 2.22). Por tanto, no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús (Ro 8.1).
Jesucristo derrotó a Satanás en la cruz.
Poco antes de su crucifixión, el Señor dijo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn 12.31). Aunque el diablo continúa haciendo su obra en este mundo, el Señor ya ganó la guerra contra él por nosotros, por medio de su muerte y resurrección.
- El diablo no puede condenarnos. Jesucristo pagó la sentencia de nuestros pecados por completo. Como todos hemos pecado, tenemos una sentencia en nuestra contra, pero el Señor ya la ha saldado, al clavarla en la cruz (Col 2.13-15). Fue en la cruz que Dios despojó a los principados y potestades y los exhibió en público, habiendo triunfado sobre ellos por medio de Cristo.
Aunque Satanás aún nos tienta y nos ataca, es un enemigo derrotado. La victoria de Cristo sobre él nos garantiza que ninguna de sus acusaciones tendrá éxito, pues el registro de nuestros pecados ha sido anulado y nos mantiene la justicia de Jesucristo. Cuando pecamos y confesamos nuestra desobediencia, Dios promete perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Jn 1.9). De hecho, su sangre nos limpia cada día de nuestra vida. Nuestro Padre celestial nunca condenará a uno de sus hijos que ha sido comprado con esta preciosa sangre.
- El diablo no puede hacernos pecar. Jesucristo derrotó el poder que tenía el pecado en nuestra vida. De acuerdo a Romanos 6.6: “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Satanás gobierna sobre los incrédulos, pues no tienen el poder para derrotarlo; pero él no puede obligar a un cristiano a pecar. Es cierto que en ocasiones pecamos, pero contamos con el maravilloso poder de Dios para resistir, si queremos usar ese poder.
- El diablo no puede arrebatarnos la vida. Solo Cristo tiene la llave de la muerte (Ap 1.18). Estamos seguros en Él, pues todo lo que nos sucede es con el permiso de su voluntad. En algún momento llegará la muerte, pero nuestro Padre celestial ya demostró en la cruz cuán malvado es nuestro enemigo. Tentó a Jesucristo para que descendiera de la cruz y se salvara a sí mismo; sin embargo, a pesar de la humillación, el abuso y el sufrimiento, el Señor no devolvió el agravio, sino que padeció en silencio, en obediencia a la voluntad de su Padre celestial, dejándonos así un ejemplo a seguir (1 P 2.21-23).
Por medio de Jesucristo, Dios reconcilió al mundo consigo.
Reconciliar significa volver a unir aquello que fue separado. Nuestro pecado nos ha separado de Dios, quien es santo, y no hay nada que podamos hacer para solucionar esta situación. Pero el Señor dio el primer paso para reconciliarnos consigo, al enviar a su Hijo para satisfacer su justicia divina en la cruz (2 Co 5.17, 18). Jesucristo ocupó nuestro lugar, llevó sobre sí nuestros pecados y recibió el castigo de la ira de Dios que merecíamos. Fue abandonado para que pudiéramos ser aceptados (Mt 27.46). Poco antes de morir exclamó: “Consumado es” (Jn 19.30). La obra de redención y reconciliación había sido hecha. Por medio de la fe en Cristo, la enemistad ha sido eliminada, y como hijos de Dios, hemos sido revestidos con la justicia del Señor (2 Co 5.21).
REFLEXIÓN
- ¿Cómo se ha fortalecido su entendimiento de los eventos de la cruz? ¿Qué respuesta dará ante este suceso que es el más importante en la historia de la humanidad?
- ¿De qué manera ha creído en las mentiras y en las acusaciones de Satanás y le ha cedido el control de su vida, aunque no lo pertenezca?
- La cruz de Jesucristo es el único camino a la salvación. ¿Ha confiado en Él para ser reconciliado y perdonado? ¿O intenta añadir algo más al sacrificio de Cristo en la cruz para ganarse su aceptación?