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Sermón de TV

El camino angosto a la paz personal

Entre guerras y caos, el mundo no está en paz. Sin embargo, usted sí puede estarlo.

Charles F. Stanley 27 de febrero de 2021

Guerras, disturbios, violencia doméstica y conflictos internacionales... está claro que el mundo no está en paz. Pero nuestro mundo interior no tiene por qué reflejar ese mismo caos externo. En este mensaje, el Dr. Stanley habla de Jesucristo como el Príncipe de Paz y explica cómo podemos encontrar la satisfacción interior y el verdadero descanso por medio de una relación personal con Él. No permita que la ira, la lujuria o la amargura le roben la paz. Aprenda a confiar en Dios y deje que Él calme su alma con su presencia tranquilizadora.

Este mensaje fue grabado antes de la crisis de COVID-19. Para proteger a nuestro personal y a la comunidad, estamos siguiendo las pautas de seguridad y practicando el distanciamiento social. Apreciamos su comprensión.


Bosquejo del Sermón

El camino angosto a la paz personal

PASAJE CLAVE: Juan 14.27

LECTURAS DE APOYO: Mateo 5.9 | Lucas 9.5; 10.5

INTRODUCCIÓN

La noche antes de la crucifixión Cristo les hizo una maravillosa promesa a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27).

No les prometió una vida cómoda ni tranquila. Todo lo contrario, les dijo que tendrían paz en su corazón aunque estuvieran rodeados de dolor, dificultad e incertidumbre. Y esa es la misma paz que Cristo promete a todos los que somos suyos.

DESARROLLO DEL SERMÓN

La paz que Cristo ofrece es una satisfacción que solo encontramos en Él. No depende de las circunstancias, sino de nuestra relación con Dios, por medio de Jesucristo. Podemos tener la confianza de que, sin importar lo que enfrentemos, el Señor está con nosotros por medio del Espíritu Santo. Ya sea que vayamos a su presencia al morir o que Cristo regrese, todos los problemas de esta vida se acabarán e iremos al cielo a vivir con Él para siempre. Y entonces disfrutaremos de todo lo que ha prometido; pero hasta que ese momento llegue, podemos disfrutar de su paz en medio de las dificultades y los problemas de este mundo.

La paz de Cristo no es como la que el mundo ofrece.

Esta era no se caracteriza por paz, ni externa ni interna. Las personas sienten ansiedad debido a sus empleos, situación económica, relaciones interpersonales, entre otras cosas; pues el mundo no puede dar la paz que va más allá de las circunstancias. Solo puede ofrecer una paz aparente que se basa en la falsa promesa de que la paz llegará al obtener lo que se desea.

En los días en los que el Señor vivió en este mundo, las autoridades romanas se esforzaban por mantener una paz externa por medio de dos tipos de sometimiento: el poder y el dolor. Sin embargo, la paz que Cristo da no se obtiene a la fuerza. En griego la palabra paz es eirene, la cual significa atar o unir, y da la idea de unidad sin conflicto ni abatimiento. De manera que recibimos la oferta de paz que Jesucristo ofrece al unirnos a Él.

Sin dicha relación personal, nunca disfrutaremos de paz genuina —sin importar todo lo que tengamos. Además, la ansiedad y la falta de tranquilidad pueden ocasionar dolencias físicas. Aunque intentemos buscar alivio en otras alternativas, nunca podremos encontrar paz separados de Cristo.

Cristo es la fuente de paz.

La paz de Cristo no es algo que podamos obtener por medio de nuestras obras, ya que es un regalo que Dios da a todos los que somos suyos. De hecho, Cristo es el regalo que recibimos al ser salvos. En ese momento establecemos una relación eterna con Cristo, y donde Él está, hay paz. Una de las evidencias de esa relación con el Príncipe de Paz es que venimos a ser pacificadores (Mt 5.9). Y la manera más básica de hacerlo, es al conectar a otras personas con Jesucristo, el mayor pacificador.

El camino a la paz es angosto.

El mundo ofrece una amplia gama de maneras de encontrar la paz, pero todas son falsas. Sin embargo, este es el camino que la mayoría de la gente elige. Van de una falsa esperanza a otra, pero nunca logran satisfacer la necesidad de paz que tienen en su corazón.

Cuando el Señor envió a sus discípulos a proclamar el reino de Dios, les dijo: “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: ‘Paz sea a esta casa’” (Lc 10.5). Este versículo nos recuerda que debemos orar por los hogares que visitamos. Aunque no conozcamos la situación que enfrentan, el Señor sí la conoce, y podemos orar para que reciban a Jesucristo como Salvador personal, y así disfruten de su maravillosa paz.

En el camino angosto hacia la paz hay obstáculos que intentarán robar nuestra paz.

  • Pensamientos de lujuria. Cuando el cristiano pone su mirada en aquello que no debería y desea algo pecaminoso, no puede tener paz por la convicción de pecado que proviene del Espíritu Santo que mora en su vida. La lujuria siempre produce caos en el corazón y en el alma.
  • Pensamientos de culpa. La paz es frágil y fácil de perder cuando nos sentimos culpables por nuestro pecado. Puede que hayamos dicho o hecho algo indebido, o que hayamos dejado de expresar o de hacer algo que nos había encomendado. De igual manera, nuestra paz se desvanece bajo la convicción del Espíritu Santo.
  • Enojo. La paz y el enojo no pueden coexistir. La hostilidad remueve sentimientos negativos hacia otras personas y nos roba la tranquilidad.
  • Amargura. Si permitimos que las experiencias dolorosas del pasado se enconen, no podremos tener paz, pues nuestra atención estará centrada en el mal que nos han hecho y no en Cristo. El Señor sufrió más injusticias que cualquier otra persona, pero nunca se llenó de amargura y, por tanto, debemos seguir su ejemplo.
  • Egocentrismo. Si vivimos preocupados por lo que deseamos o creemos merecer, no tendremos paz, pues tales pensamientos están basados en el orgullo.
  • Duda. Cada vez que dudamos de la Palabra de Dios o creemos que no contestará nuestras oraciones, dejamos de disfrutar de la paz que Cristo da al reinar en nuestro corazón.
  • Incredulidad. Aquellos que viven sin el Señor Jesucristo no disfrutan de su paz, pues no tienen una relación personal con Él. Pueden expresar una serenidad limitada y temporal, pero no es duradera, pues pueden perderla con facilidad.
  • Envidia. La preocupación que produce desear algo ajeno roba nuestra tranquilidad y contentamiento.

¿Cómo podemos disfrutar la paz de Cristo?

  • Debemos creer que Dios tiene el control de nuestra vida y de nuestras circunstancias. De lo contrario, trataremos de tomar el control, y no hay paz en esa lucha.
  • Debemos creer que su oferta de paz es real, y estar dispuestos a recibirla pese a nuestros sentimientos.
  • Debemos rendir por completo nuestra vida, mente, voluntad y emociones a Cristo como Señor. Esto incluye someter nuestro carácter, conversaciones y conducta a su voluntad.

Tener la paz de Cristo no significa que estaremos exentos de problemas, sufrimientos o enfermedades. Pero cuando tengamos que enfrentar alguna de esas situaciones, podremos tener la confianza absoluta y la certeza que solo encontramos en Cristo. Él es poderoso para sostenernos en medio de cualquier dificultad. De hecho, a veces las situaciones más dolorosas y difíciles vienen a ser el terreno fértil para la maravillosa paz que Dios nos da en momentos como esos.

REFLEXIÓN

  • ¿Qué caracteriza su vida, la paz o la ansiedad? ¿Cuáles son las situaciones que casi siempre le roban la paz? ¿En dónde está su enfoque durante esos momentos? ¿Acaso en usted mismo, en otros, en las circunstancias, en el futuro incierto o en Cristo?
  • ¿Qué nivel de paz tiene mientras confía en Dios a diferencia del que disfruta al tratar de controlar su vida y la de los demás? ¿Quién está más capacitado para tener el control, usted o Dios?

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Este mensaje es parte de la serie Cómo demostrar un carácter piadoso.

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