No hay un camino fácil para recuperarse del abuso, pero la sanidad espiritual le espera —la cual comienza al relacionarse con Jesucristo. En este mensaje, el Dr. Stanley explica cómo solo Dios puede restaurar la salud de aquellos que han sido abusados y restaurarlos a medida que crecen en el amor de Cristo.
Bosquejo del Sermón
CUANDO SUFRIMOS EL ABUSO
LECTURAS DE APOYO: Romanos 8.28; 12.19 | Efesios 4.31, 32 | Hebreos 4.15, 16
INTRODUCCIÓN
Alrededor del mundo las personas han sufrido abuso de una manera u otra.
Dios no tolera el abuso, ni lo justifica bajo ninguna circunstancia. Ahora bien, vivimos en un mundo caído, y muchos creyentes en Cristo han padecido abuso físico, sexual, verbal o emocional. Me gustaría entonces compartir algunas sugerencias que pueden ser de gran ayuda para los que aún sufren los efectos del abuso, bien sea del pasado o del presente.
DESARROLLO DEL SERMÓN
Como la palabra “abuso” tiene un uso bastante generalizado en nuestros tiempos para describir cualquier tipo de ofensa, quisiera aclarar lo que quiero decir con este término. No me refiero a la crítica, o a las palabras o acciones desagradables que hieren nuestros sentimientos de una manera transitoria. El abuso genuino causa un daño tan grande que afecta a la persona a largo plazo.
La diferencia entre abuso y disciplina.
La disciplina es la respuesta a un comportamiento específico, pero el abuso viene de una predisposición interna, la cual busca cualquier excusa para derramar nuestra hostilidad hacia la víctima.
El propósito de la disciplina es corregir un mal comportamiento, teniendo en cuenta el bienestar del niño. Está motivada por amor, y siempre desea lo mejor para ese niño. Pero quienes cometen abuso no se preocupan por el bienestar de la víctima, sino solo en expresar la ira que tienen en su interior.
Sugerencias útiles para quienes han sufrido abuso.
Busque la dirección de Dios. No existe una respuesta sencilla ante el abuso, pues cada situación es única. Por eso es importante que busquemos la voluntad del Señor. Dedique tiempo en la Palabra, con la seguridad de que Dios le guiará ante toda decisión que deba tomar.
Ore por el abusador.
Clame a Dios para que esa persona sea salvada y transformada.
Pídale al Señor que revele los motivos del abusador. Conocer por qué esa persona actúa de esa manera, nos ayuda a comprender el dolor que lo incita al abuso. Esto también le ayudará a saber cómo orar por él.
No culpe a Dios. El Señor nunca inicia o incita un comportamiento maligno; pero usa cada situación para nuestro crecimiento espiritual. Es Satanás quien instiga la maldad en el corazón de las personas, y hace que se manifieste en un comportamiento abusivo.
Perdone al abusador. Esto es muy difícil de hacer, y puede implicar un largo proceso, mientras trabaja en su dolor y enojo; pero el resentimiento no es una opción para el creyente en Cristo. Tenemos que perdonar a otros, así como Dios nos ha perdonado (Ef 4.31, 32). Negarnos a perdonar implica que nuestra alma será envenenada y afectaremos a otros.
Perdone a quien permitió el abuso. En ocasiones, puede que alguien haya visto o tenido conocimiento del abuso, y no haya hecho nada al respecto. Quizás se haya negado a enfrentar la situación, pues se resiste a creer que haya sucedido. O puede que se sienta incapaz de cambiar la situación. Algunos creyentes en Cristo pudieran sentir que han hecho un compromiso con el Señor de quedarse en esa relación. Pudiera ser saludable preguntarle al que ha permitido el abuso por qué no hizo nada al respecto. Sin embargo, cualquiera que haya sido su motivo, Dios nos ha llamado a perdonar.
Elija la verdad respecto a sí mismo. A aquellos que son víctimas del abuso se les hace sentir inferiores e indignos. Puede que recuerden todos los detalles del abuso que sufrieron, como una grabación que se repite en sus mentes y moldea la opinión que tienen de sí. Para contrarrestar esta grabación interna, los cristianos debemos reprogramar nuestra mente con la verdad de la Palabra de Dios. Una vez que creemos lo que el Señor dice de nosotros, podemos vencer los efectos del abuso.
Hemos sido creados por Dios, y no somos ni un accidente ni un error.
Nuestro Padre celestial nos ama.
Le pertenecemos a Dios, quien desea relacionarse con nosotros.
Cristo nos considera tan valiosos, que dio su vida para salvarnos.
Todo ser humano tiene tres necesidades esenciales que son cruciales para gozar de buena salud emocional. Es el Señor quien satisface esas necesidades en los creyentes por medio de la iglesia.
Sentido de pertenencia. En la iglesia todos venimos a ser miembros del Cuerpo de Cristo.
Sentido de valor. Los verdaderos creyentes en Cristo se aman, aprecian y honran entre sí.
Sentido de capacidad. El Espíritu Santo ha dado a cada cristiano dones espirituales para que podamos servir al Señor en la iglesia.
Abra su corazón a la sanidad divina. Un proceso de sanidad debe ocurrir en su mente y en su corazón, porque los recuerdos dolorosos pueden actuar como un veneno, infiltrando cada aspecto de su vida. El Señor es quien nos sana, pero en ocasiones usa a otras personas en ese proceso. Quizás necesite buscar la ayuda de un consejero cristiano, que esté afianzado en la Palabra de Dios, y cuyos consejos estén basados en los principios bíblicos. Un consejero que tiene una perspectiva mundana, puede llegar a ser destructivo. El Espíritu Santo nos dará el discernimiento que necesitamos.
Niéguese a tomar represalias. Romanos 12.19 nos dice: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”.
Elija seguir adelante. El Señor tiene poder para restablecernos. Hasta puede hacer que seamos una bendición para otros. Podemos estar seguros de eso, pues ha prometido usar todo lo que suceda en la vida de sus hijos para nuestro bien (Ro 8.28).
Busque sacar algo bueno del abuso. Dios obra de manera poderosa en y a través de la vida de aquellos que han sufrido grandes dificultades y los usa para bendecir a otros. Aun si se sintieran humillados y destruidos, Él puede levantarlos y fortalecerlos para convertirlos en fuertes siervos compasivos.
Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote quien puede compadecerse de nuestras debilidades, pues también sufrió rechazo y abuso físico y verbal. En medio de nuestro dolor, somos invitados a ir ante su trono de gracia para recibir ayuda en tiempo de necesidad (He 4.15, 16).
REFLEXIÓN
¿Ha sufrido algún tipo abuso? ¿De qué manera esto le ha afectado a usted y a su familia? ¿Cómo ha lidiado con esa situación?
Si nunca ha sufrido abuso, ¿qué puede hacer para ayudar a los que sí? Busque los muchos pasajes en la Biblia con referencias a “los unos a otros” para ver cómo Jesucristo desea que nos ayudemos los unos a los otros.