Bosquejo del Sermón
CÓMO CONOCER AL DIOS SANTO
PASAJE CLAVE: Isaías 6.1-8
LECTURAS DE APOYO: Levítico 11.44, 45; 20.26; 21.8 | Números 1.51; 3.10 | Isaías 59.2 | Lucas 5.5, 8 | Romanos 3.23 | Tito 3.5 | 1 Pedro 1.15, 16 | 1 Juan 1.5, 10
INTRODUCCIÓN
¿Por qué algunas personas se distancian de Dios?
Algunos solo lo ignoran, pero hay otros que se enojan y se alejan de Él. Como creyentes en Cristo, sabemos que Dios es amor, bondad, compasión y benignidad, por lo que nos entristecen esas reacciones adversas. Sin embargo, hay un atributo del Señor por el que los incrédulos se alejan de Él; su santidad, pues revela los pecados de la humanidad.
DESARROLLO DEL SERMÓN
En el año en el que murió el rey de Judá Uzías, Isaías tuvo una visión del “Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Is 6.1). Los serafines que estaban por encima de Él proclamaban: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (v. 3). Los cimientos de las puertas se estremecieron y el lugar se llenó de humo como señal de su santidad (v. 4).
Todas las leyes de Dios, sus principios y sus obras están basadas en su santidad. En el libro de Levítico, el Señor le da a su pueblo sus mandamientos, para enseñarles que era Santo, al decirles: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Lv 20.26). Los apartó para Sí, y estableció diversas leyes para enseñarles la manera en la que debían adorarle. Este mismo principio se enfatiza en 1 Pedro 1.15, 16: “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: ‘Sed santos, porque yo soy santo’”.
La santidad de Dios.
Aspectos relacionados con la santidad de Dios:
- Pureza moral. El Señor es perfecto, sin pecado y sin malas ideas o intenciones. Nada de lo que ha hecho, o de lo que hará es incorrecto. Aborrece toda maldad y no puede tolerarla, ni pasarla por alto. Como seres pecaminosos, no podemos percibir cuán puro y santo es Él.
- Separado. La santidad de Dios lo separa de su creación. Es trascendente, lo cual significa que está por encima de todo lo que existe. Su justicia y pureza son tan grandes que nos separan de Él, pues todos nacemos con una naturaleza pecaminosa.
Los términos “santo”, “santificar” y “santidad” provienen de la palabra griega hagio. Ser santificado significa ser apartado o ser hecho santo. Dios es el único que puede hacer santo a alguien, pues solo Él es la personificación de santidad. Como el pecado mora en nosotros, no tenemos el poder para justificarnos a nosotros mismos. Sin embargo, Dios nos hizo santos en el momento en el que depositamos nuestra fe en Jesucristo. Nos separó para sí y luego obra en nuestra vida, para que nuestro carácter y acciones sean santas, por medio del proceso diario de la santificación, el cual continúa hasta que lleguemos a su presencia.
¿Cómo reaccionan las personas ante la santidad de Dios?
- La reacción de Isaías. El profeta se sintió abrumado por la visión del Señor y respondió con reverencia y humildad. La santidad de Dios resaltó la naturaleza pecaminosa del profeta, por lo que clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is 6.5). Luego de haber confesado su pecado, uno de los serafines tocó la boca de Isaías con un carbón encendido que había tomado del altar, y declaró: “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (v. 7).
Inmediatamente, el profeta responde a la pregunta hecha por el Señor: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. Y como ya había sido limpiado de su pecado, rápidamente se ofrece como voluntario para servir a Dios como profeta al decir: “Heme aquí, envíame a mí” (v. 8).
- La reacción de Pedro. Al ver lo que Jesucristo hizo durante la pesca milagrosa, después de haber pasado la noche sin obtener ni un solo pez, Pedro reconoció que el Señor no era cualquier hombre. Al ser confrontado con la santidad de la deidad de Cristo: “Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: ‘Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador’” (Lc 5.8).
- La reacción de los fariseos y de los saduceos. En Juan 8 encontramos una conversación entre Jesucristo y los líderes religiosos de su época. Las señales y declaraciones que el Señor hizo en relación a su deidad creó frustración y antagonismo entre los fariseos y saduceos. Lo criticaron y desafiaron, hasta que llegaron al punto de expresar su enemistad, ira y sus deseos de destruirlo. No toleraban la presencia del Santo Dios por medio de la persona de Jesucristo.
- La reacción de los que no son cristianos en nuestra época. Aquellos que no han reconocido que Cristo es su Salvador personal se sienten muy incómodos con la santidad de Dios, porque es como una luz que revela sus pecados. Casi nunca desean escuchar nada que esté relacionado con Dios, con Jesucristo o con su Palabra. Y, en muchas ocasiones, se oponen a la iglesia cristiana. Su reacción va de la indiferencia a ridiculizar, odiar y perseguir a los creyentes en Cristo.
- La reacción de los cristianos que viven en rebelión hacia Dios. Cuando los creyentes en Cristo toleran el pecado en sus vidas y desobedecen al Señor, resisten la corrección y se sienten incómodos ante la santidad de Dios. Pero todos los cristianos han sido separados para Dios y en todo momento obra para traerlos de vuelta y santificarlos, hasta que los llama a su presencia.
- La reacción de los cristianos que desean vivir en la voluntad de Dios y obedecerlo. Estos creyentes están maravillados por la santidad del Señor. Sin titubear se arrodillan en arrepentimiento, reconocen cuán indignos son y adoran a Dios. Su deseo es alabar al Señor que los salvó y proclamar el evangelio alrededor del mundo. Estos son santos que desean que la santidad domine en sus vidas.
¿De qué manera puede Dios santo tener una relación personal con la humanidad pecadora?
Este es el gran dilema. Nuestros pecados nos separan del Señor, y el único que puede cerrar esa brecha es Jesucristo. En su santidad, Dios requiere que cada pecador sea juzgado por su desobediencia. Sin embargo, por su amor, ha depositado nuestros pecados en su perfecto Hijo, quien llevó sobre sí la cruz que nosotros merecíamos. Así que, todos los que se arrepientan de sus pecados y depositen su confianza en Cristo como su Salvador son perdonados, pues la condena de su pecado ya ha sido saldada. Han sido justificados, declarados inocentes y revestidos con la justicia de Cristo.
Todo es obra de Dios. No hay nada que podamos hacer para salvarnos a nosotros mismos. Es Él quien obtuvo nuestra salvación por medio de su Hijo, nos guió a reconocer que somos pecadores, nos ayudó a comprender su evangelio, nos atrajo a Él y nos apartó para que fuésemos su posesión santa.
REFLEXIÓN
- ¿Cuándo fue la última vez que se detuvo a pensar en la santidad de Dios? ¿Qué sintió? ¿Cómo reaccionó?
- ¿Se deleita ante la santidad de Dios o se siente incómodo? ¿Por qué?