Después de enseñar a sus seguidores a orar, el Señor les hizo una advertencia sobre el hecho de permitir que el rencor habitara en sus corazones. Dijo que quienes se niegan a perdonar a otros no serán perdonados por el Padre celestial. Si bien, no perdemos la salvación cuando nos negamos a perdonar a otros, sí rompemos la comunión con Dios, pues un corazón lleno de rencor se aparta del Señor.
El perdón es un acto de la voluntad más que un acto del corazón. A menudo no sentimos ganas de mostrarle misericordia a alguien que nos ha hecho daño, pero eso es justo lo que estamos llamados a hacer (Mt 5.38-40). Un espíritu resentido se convierte en una carga terrible. Dios sabe que el perdón es lo mejor, incluso cuando es difícil. Ore por la misericordia divina que Él ofrece, y pídale que le permita dejar a un lado la ira y el rencor. Como parte de la decisión de avanzar en gracia, convierta en un hábito el orar por quienes le han herido. Y si Dios así le guía, pídales perdón por su actitud o acciones incorrectas.
Un espíritu rencoroso no concuerda con quienes somos en Cristo. Por eso la Biblia insiste en la necesidad de perdonar. Elija ser liberado de su carga: Dios prometió hacernos libres cuando elegimos creer y obedecerlo (Jn 8.31, 32).
Biblia en un año: HECHOS 25-26