El pecado se infiltra en la vida de todos. Y sin importar la forma que tome, su objetivo siempre es tentarnos a elegir nuestro camino en lugar del de Dios.
La desobediencia comienza en nuestra mente. Una vez que nuestro pensamiento está involucrado, la influencia se extiende a nuestro comportamiento, y llegamos al punto de decirnos: no hay nada malo en lo que estoy haciendo; después de todo, otras personas se comportan de la misma manera.
Las demandas del pecado aumentan, pero sus beneficios son a corto plazo. Tarde o temprano experimentamos vacío en vez de satisfacción, dolor en vez de consolación y pérdida en vez de ganancia. El pecado divide la mente y confunde las emociones. Nuestro interés y preocupación por los demás también disminuyen. Con el tiempo, los sentimientos de culpa pueden pasar factura y llevar a resultados negativos que no esperábamos.
La fe en Cristo nos libera del poder del pecado. El camino hacia la libertad comienza con la confesión, seguido del reconocimiento de que no podemos detenernos con nuestras fuerzas. El siguiente paso es comprometerse a seguir la dirección de Dios. No siempre es fácil, pero la Biblia dice: “Dios... nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 15.57).
BIBLIA EN UN AÑO: DEUTERONOMIO 15-17
