Podríamos pensar que para los discípulos era más fácil seguir a Cristo que para nosotros en el presente. Después de todo, ellos pudieron experimentar su presencia física y aprender de su ejemplo, mientras que nosotros no podemos tocarlo, verlo ni escucharlo como ellos.
Pero el Señor proveyó lo que necesitaríamos para seguirlo después de partir: un Ayudador que nunca nos dejaría, un Ayudador que viviría en nosotros (Jn 14.16, 17).
Hoy seguimos al Señor escuchando y prestando atención a su Espíritu Santo que mora en nosotros. De hecho, no hay mejor manera de recibir orientación personal. Tal como hizo el Señor Jesús con sus discípulos, el Espíritu nos guía en cada paso del camino y nos enseña las verdades de Dios. Pero su obra va más allá. El Espíritu Santo nos transforma de dentro hacia fuera, y nos capacita para servir y obedecer al Señor. Nos ayuda a descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida, y nos muestra cómo andar en sus caminos. Lo único que tenemos que hacer es obedecerlo.
Un requisito fundamental para seguir a Cristo es la sensibilidad a la voz del Espíritu Santo. Cuanto más rendidos estamos a su guía, más agudo se volverá nuestro oído espiritual.
Biblia en un año: Génesis 1-3