Las personas pueden creer tener razones por las que Dios no debería llamarlas a comunicar el evangelio. Pero el llamado del Señor no es solo una buena idea o una sugerencia; Él espera nuestra obediencia y humilde entrega.
Para los cristianos, la única respuesta apropiada al llamado de Dios es “sí”. La responsabilidad de Él es equiparnos para realizar la obra que nos asigne. Dios tiene un plan para la vida de cada creyente y nos da lo que sea necesario. Luego, se asegura de que tengamos capacidades que podamos desarrollar y los dones espirituales necesarios para cumplir su misión.
Dios determina su llamado con sabiduría y discernimiento. Él conoce la razón por la que nos creó y lo que somos capaces de lograr con su poder (Ef 2.10). Rechazar la invitación a servirle es una insensatez, mientras que la obediencia abre la puerta a una vida de servicio, bendición y gozo.
La obra misionera puede tener lugar cerca o lejos. Usted podría servir en su casa escribiendo a personas en la cárcel, en la calle ayudando en un programa para niños, en cualquier parte de la nación ayudando en caso de inundaciones, o en otro país traduciendo el evangelio. En resumen, el llamado misionero es cualquier cosa que Dios le llame a hacer.
BIBLIA EN UN AÑO: NÚMEROS 26-27
