La libertad es uno de los tesoros más preciados de la humanidad. Pero todo ser humano nace cautivo del pecado. El Señor Jesús dijo que todo el que comete un pecado es esclavo del mismo (Jn 8.34). La única manera de ser libre es si el Señor le libera. La salvación es la liberación permanente de la que se habla aquí, pero el Salvador también libera continuamente a los creyentes de los pecados que los tienen cautivos.
Los hábitos impíos comienzan por lo general como un intento de satisfacer un deseo o una necesidad de manera equivocada. Si surgen sentimientos de culpa, podemos justificarlos de inmediato. Con el tiempo, nos insensibilizamos a la reprobación del Espíritu Santo, y la transgresión continua se vuelve cómoda. Con el tiempo nos controla, y nos sentimos impotentes para detenernos.
Como creyentes, sin embargo, nunca llegamos a estar indefensos, ya que el Espíritu Santo mora en nosotros. Con su ayuda, dejamos de ser esclavos del pecado, para convertirnos en esclavos de la justicia (Ro 6.12-19).
Eche un vistazo sincero a su vida. ¿Hay algún pecado que le controla? Si es así, es hora de pelear la buena batalla. A medida que se someta en obediencia a Dios, Él comenzará a liberarle.
Biblia en un año: Levítico 14-16