Dios envía a cada creyente a través de un proceso que la Biblia llama santificación. Aunque es una palabra fuerte y desconcertante, el significado es sencillo. Santificar significa “hacer santo” o “apartar”. Así que cuando algo es santificado, es separado de un uso común y designado para uno sagrado.
En el Antiguo Testamento, Dios santificó varias cosas: santificó el séptimo día, apartó a la tribu de los levitas como sacerdotes y consagró lugares como el tabernáculo (Gn 2.3; Nm 3). El Señor todavía santifica hoy. Antes de la salvación, estamos espiritualmente muertos (Ef 2.1-3; Ro 5.10). Pero en el momento en que ponemos nuestra fe en Jesucristo como nuestro Salvador, nuestros pecados son quitados y somos adoptados en la familia de Dios para siempre. Somos apartados como hijos de Dios para un propósito sagrado. No debemos perseguir el beneficio personal; debemos servir al Señor y traerle honra y gloria con nuestra vida.
Los miembros de la familia de Dios, también conocidos como santos, están llamados a reflejar su gloria. La palabra santo y santificación tienen la misma raíz. Se nos da este nombre, no porque vivamos sin llegar a pecar, sino porque Aquel a quien pertenecemos es perfectamente santo.
Biblia en un año: 2 Reyes 1-3