La escena del pasaje de hoy nos permite vislumbrar al Único que es digno de la adoración de la humanidad. Él es puro en sus pensamientos, motivos, decisiones y acciones, y su santidad se revela también en su separación de todo mal y transgresión. Dado que Dios no puede tolerar o ignorar el pecado, todo lo malo debe ser castigado y la pena debe ser pagada por el infractor o por un sustituto adecuado. Jesucristo es el sustituto que pagó nuestra deuda. Es más, es el único que puede reconciliar a la humanidad pecadora con Dios.
El Hijo de Dios se hizo hombre, aunque nunca pecó. Entonces, como nos dice 1 Pedro 2.24 (LBLA), Cristo “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz” para pagar el castigo de la ira divina. Su resurrección es la evidencia de que el Padre celestial aceptó su sacrificio. Todos los que confían en Cristo como su sustituto son reconciliados con Dios, pero quienes rechazan al Salvador deberán soportar el castigo por sus pecados.
Si reconocemos nuestra condición, confesamos nuestros pecados y confiamos en Cristo y en su sacrificio en nuestro favor, nuestros pecados serán perdonados. El Juez de toda la humanidad nos declara inocentes. Es más, también nos acredita la justicia de Cristo. Y algún día nos uniremos a los santos en el cielo alabando a nuestro misericordioso y santo Dios.
Biblia en un año: Mateo 1-4