La misión de Cristo en este mundo fue hacer la voluntad de su Padre. A lo largo de su vida, el Señor se entregaba continuamente a Dios. El Rey de reyes no vino para ser servido, sino para servir, incluso hasta la muerte (Mt 20.28). Su propósito final fue convertirse en el sacrificio que necesitábamos: por medio de su muerte en la cruz, el Señor expió nuestros pecados para que pudiéramos ser reconciliados con el Padre.
Para cumplir su misión, nuestro Salvador sufrió, pero incluso en su hora más oscura, no se apartó de su llamado (Mt 26.39). Siempre el Hijo fiel, nos dio el único camino al Padre y a la vida eterna: Él mismo (Jn 14.6).
El Señor dijo que quien lo ha visto a Él ha visto al Padre (Jn 14.9), y que los dos son en realidad uno (10.30). Hoy, Él está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros (Ro 8.34). Un día volverá para juzgar a los pecadores y recompensar a los santos. Para experimentarlo, debemos estar preparados, y la única manera es recibiendo a Cristo como Señor y Salvador personal.
Gracias a que el amor del Padre por nosotros no tiene límites, Cristo hizo posible que cada creyente tenga vida eterna. Cuando usted pone su fe en Él como su Salvador, está unido al Padre, ahora y por toda la eternidad.
BIBLIA EN UN AÑO: GÉNESIS 36-38