Todos hemos experimentado tentaciones, pruebas y sufrimiento. Nadie es inmune a los tiempos difíciles, pero los creyentes tenemos el poder del Espíritu Santo para soportar las luchas. Como dice el Salmo 46.10: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”.
¡Qué experiencia tan aleccionadora es saber que, como hijos de Dios, tenemos una línea directa de comunicación con Él, incluso en medio de las dificultades! No tenemos que responder con cólera, depresión o tristeza. Tampoco tenemos que arreglarlo todo con nuestras fuerzas. Por supuesto, seguiremos siendo tentados por la carne. Pero a medida que “dejemos de luchar”, aprenderemos a confiar en Dios más y más cada día.
La verdad es que las dificultades no solo forman nuestro carácter, sino que también lo revelan. Una de las respuestas más comunes a los momentos difíciles es la ira. En momentos de frustración, corremos el riesgo de tomar decisiones impulsivas que podrían repercutir en el resto de nuestra vida. Pero en lugar de dejarnos llevar por la emoción, debemos mantener la calma y confiar en Aquel que controla cada aspecto de nuestra vida.
En este mundo, los problemas no desaparecerán (Jn 16.33). Pero cuando se avecinen tormentas, tenga la confianza de que el Señor le acompañará. Solo en Él podemos dejar de luchar.
BIBLIA EN UN AÑO: JUECES 4-6