Todos tenemos expectativas, deseos y esperanzas, pero nuestro plan no siempre es el mejor. Lo que vemos que alguien más está experimentando puede no ser lo que nuestro Padre celestial tenga reservado para nosotros. Cuando se compare con los demás, ¡tenga cuidado! La envidia suele estar al acecho.
Considere a Saúl. Designado por el Señor para ser el primer rey de Israel, le fue dado poder y éxito. Pero al escuchar a las mujeres alabar la gran victoria de David sobre Goliat, Saúl fue dominado por los celos (1 S 18.6-9), hasta el punto de la obsesión. Y durante varios años quiso deshacerse de David.
Esto puede parecer un ejemplo extremo. Sin embargo, si nos examinamos con sinceridad, es probable que descubramos que la envidia también se esconde en algún lugar de nuestro corazón. Pregúntese: ¿hay alguien cuyo éxito material, físico o afectivo me causa desagrado o incomodidad?
La falacia de la envidia es que nunca podemos ver el panorama completo de la vida de otra persona. Solo Dios ve más allá de lo evidente para los demás. Nuestros ojos deben enfocarse en nuestro propio caminar con el Señor. Él nos creó a cada uno de manera diferente, y su plan para la vida de cada individuo es único.
BIBLIA EN UN AÑO: FILIPENSES 1-4