Los propósitos y las promesas de Dios son inmutables. Lo cual es difícil de imaginar porque vivimos en un mundo que está en cambio constante. No parece haber mucho con lo que podamos contar para estabilizar nuestras vidas. Podemos perder el trabajo, los seres queridos pueden morir, a veces los planes deben modificarse y los sueños a menudo se frustran. Sin embargo, nuestras almas tienen un ancla que se mantiene firme sin importar cuántas tormentas experimentemos.
Un ancla de navegación hace su trabajo de estabilizar un barco en las profundidades ocultas de las aguas. Y así es como a veces nos parecen las promesas de Dios: ocultas a nuestra vista y lejanas. Pero a medida que las olas de las circunstancias se agitan a nuestro alrededor, nuestra ancla de esperanza se mantiene firme. No se nos ha prometido una vida terrenal fácil, libre de problemas y sufrimientos, pero la esperanza eterna de nuestras almas es firme y segura.
La razón por la que nos cuesta tanto trabajo recordar nuestra ancla de esperanza es porque nuestras vidas están sobre la cubierta, donde arrecian las tormentas. Para recuperar nuestra esperanza, debemos escudriñar con regularidad las profundidades de la Palabra de Dios para recordar las promesas eternas que no pueden fallar.
Biblia en un año: Deuteronomio 31-32