Dios nos creó para relacionarnos con Él. El tipo de comunión que Adán y Eva disfrutaban con el Señor también era para nosotros. Pero cuando el pecado entró en el mundo, todo cambió. La relación de Dios con la humanidad se dañó.
Pero, como sabemos, ese no es el final de la historia. Cristo vino a morir en nuestro lugar, trayendo el perdón por nuestros pecados y restaurando nuestra relación con el Padre celestial. Somos adoptados en su familia y pertenecemos a Él para siempre. Él nos ha provisto todo lo que necesitamos para estar a su lado.
Entonces, ¿qué sucede si los nuevos creyentes no maduran? Algunos se alejaran de su celo inicial por el Señor. Quizás otros intenten enfocarse en Dios, pero los asuntos terrenales los distraerán. Con el tiempo, algunos cristianos se conformarán con lo cómodo y familiar, y se perderán de la profunda satisfacción que Dios quería darles. En cambio, quienes siguen a Cristo de todo corazón tendrán una relación cada vez más profunda con Él.
Relacionarse con Dios hizo que el alma del rey David estuviera “satisfecha como de un suculento banquete” (Sal 63.5 NVI). Y Pablo consideraba sus logros como nada en comparación con “el incomparable valor de conocer a Cristo Jesús” (Fil 3.8 NVI). Acérquese a Dios y experimente las bendiciones de conocerlo.
Biblia en un año: ISAÍAS 36-39