La mayoría de nosotros sabemos lo que se siente al amar a alguien. Pensamos en él o ella a menudo; compartimos momentos juntos y les contamos con admiración sus atributos a los demás para que sepan cuán extraordinaria es esa persona. En pocas palabras, expresamos admiración a quien amamos.
En el libro de los Salmos, así es justo como David hablaba de Dios. Sus escritos están llenos de palabras de adoración y sentimientos tales como “Porque tu misericordia es mejor que la vida, mis labios te alabarán” (Sal 63.3). También danzó con abandono, expresando su pasión y devoción ante el Señor; no le importaba lo que pensaran los demás (2 S 6.14).
¿Amamos a Dios con el mismo entusiasmo que tenía David? Algunos de nosotros podríamos ser menos propensos que otros a demostraciones de fervor y emoción. Pero nunca debemos permitir que la vergüenza o la timidez sofoquen nuestra alabanza.
El Señor es digno de alabanza. Él es nuestro Amigo, nuestra Roca y nuestro Protector. Si nos dejamos llevar por las opiniones de los demás, podríamos olvidar que el punto de vista de Dios es el único que importa. Desde la creación, el Señor ha merecido y recibido ofrendas de alabanza. No deje que el miedo o la incomodidad le impidan expresarle su amor y aprecio.
BIBLIA EN UN AÑO: 2 CORINTIOS 1-4