En la lectura de hoy, la revelación de Juan sobre el salón del trono celestial es una imagen impactante de alabanza. El lugar estalla en adoración y alabanza. Los presentes, los ancianos y “millones de millones” de ángeles (Ap 5.11), cantan de su amor por Cristo. Él es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Ap 5.9, 12; Jn 1.29). Y es el León de Judá (Ap 5.5), el único digno de juzgar la Tierra y provocar su renovación.
¿Qué le motiva a adorar? ¿No debería ser la razón para levantar sus manos y voz, el alabar a nuestro Salvador por ser Él quien es? Para eso, debemos tomarnos el tiempo para conocerlo y descubrirlo por medio del estudio regular de la Biblia, la oración y el servicio a su reino. Una vez que los creyentes vislumbramos el carácter de Cristo y aprendemos que Él es más asombroso de lo que pensábamos, anhelamos conocerlo mejor. Sentimos más hambre y sed de Dios que solo el Señor puede satisfacer (Mt 5.6).
La alabanza es parte de un ciclo: conocer mejor a Dios, amarlo de manera más profunda, adorarlo y servirle mejor, y recibir satisfacción espiritual. Y como si fuera imposible, aun cuando estemos satisfechos, seguimos anhelando más de su presencia en nuestra vida. Y así, profundizamos más en su Palabra y comenzamos el ciclo otra vez.
BIBLIA EN UN AÑO: JOSUÉ 20-22