En la Biblia, las primeras palabras de Dios son “Hágase la luz” (Gn 1.3). O Oriens, la antífona siguiente de “Veni, Veni, Emmanuel”, es traducida como “la primera luz del día”. Originalmente con el significado del amanecer de un nuevo día, el término se refiere a la presencia iluminadora que la Palabra de Dios trajo al mundo oscuro y desordenado.
El mismo lenguaje describe la nueva creación que el Señor nos trae (2 Co 5.7). Juan dice que en el Señor Jesús —el Verbo eterno— está la vida, “la luz de los hombres [que] en las tinieblas resplandece” (Jn 1.4, 5). A los demás evangelistas tampoco se les escapa esta conexión. Cuando el Señor Jesús se muda a Capernaum después del arresto de Juan el Bautista, Mateo recuerda la profecía de Isaías sobre la luz que viene a un lugar oscuro. El pueblo “asentado en tinieblas… en región de sombra de muerte” fue visitado por esa luz (Mt 4.16).
Aunque algunas partes del mundo siguen en la oscuridad, sabemos que la Luz ha llegado, y Él brilla más que cualquier sol. Pida hoy a Dios que ilumine cada rincón de su vida “para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co 4.6). Y recuerde: Si “andamos en luz” (1 Jn 1.7), recibimos el perdón de Dios y nos reconciliamos con Él. Entonces Él nos hace brillar en un mundo en tinieblas.
Biblia en un año: Hebreos 10-11