Glorificar al Señor no se limita a adorarlo en la iglesia. De hecho, la alabanza debería estar presente en cada aspecto de la vida. (Véase Sal 34.1).
Una manera de alabar al Señor es con nuestra voz. Podemos hablar o cantar nuestra adoración. Los salmistas expresaron su adoración con palabras a las que pusieron música. La adoración fluye de los labios de los creyentes que están enfocados en los atributos de Dios. Desean honrarlo por ser quien es, por lo que ha hecho y por lo que ha prometido (Sal 29.1, 2; Sal 145.3).
También adoramos a Dios al servirle. Hemos sido creados con el propósito de glorificar y honrar su nombre. Por tanto, nada debería limitar nuestra disposición a trabajar para nuestro Rey, en especial cuando tenemos la oportunidad de compartirlo con los demás. Honramos a Cristo cuando hablamos con valentía sobre su gracia y su obra; nuestros testimonios son una manera poderosa de alabanza que enaltece el nombre de Dios.
Cristo vale más que cualquier tesoro que este mundo ofrezca. Amarlo y comprender lo que ha hecho por nosotros debería ser lo que nos motive a alabarlo. No debemos limitarnos a cantar; debemos servirle y compartir el evangelio. Que podamos contribuir a la adoración que resuena desde el salón del trono celestial.
BIBLIA EN UN AÑO: JOSUÉ 23-24