Podemos estar tentados a pensar que la desobediencia es un asunto insignificante que no nos afectará demasiado. Con seguridad, a Dios no le molestará algo tan intrascendente, sobre todo si nuestros motivos son buenos. Pero, sin duda, nunca tenemos buenos motivos para cualquier acto de desobediencia, y las consecuencias no disminuyen por nuestro intento de minimizar su importancia.
El rey Saúl no quiso entrar en combate hasta que Samuel estuviera allí para ofrecer el holocausto. Pero cuando el profeta no llegó a tiempo y el ejército comenzó a desertar, el miedo impacientó a Saúl. Así que él mismo se encargó del sacrificio, tratando de obtener la bendición de Dios usurpando por desacato el papel del sacerdote. Cuando fue confrontado por Samuel, el rey trató de justificar sus acciones.
Lo que Saúl vio como una pequeña y necesaria desobediencia, Dios lo vio como un grave acto de rebelión. Como resultado, el reinado de Saúl terminaría y Dios nombraría un día a otra persona para el trono de Israel.
¿Hay alguna “pequeña desobediencia” en su vida que está tratando de justificar? Puede ser algo que haya hecho o que quizás se haya negado a hacer. La única solución para cualquier acto de desobediencia es confesarlo y arrepentirse.
Biblia en un año: Jeremías 33-36