Imagínese cenando en un buen restaurante. La mesa está servida con manteles, vajilla fina y cristalería. El camarero le entrega el plato con un toque de elegancia. En medio de ese exquisito plato de porcelana hay solo un malvavisco. En vez de recibir una comida deliciosa, solo le dan un dulce esponjoso.
Si no somos cuidadosos, nuestra vida puede parecerse a esa decepcionante comida. En lugar de ser creyentes con un mensaje lleno de esperanza, podemos encontrarnos sin nada que ofrecer aparte de un poco de dulzura.
Mientras que si el Señor construye un mensaje valioso en nuestra vida, debemos recibir todo lo que se nos presenta como proveniente de Él. Cuando Dios permite que algo malo nos ocurra, es porque algo bueno sacará de ello. A menudo, una persona puede compartir palabras de esperanza con mayor eficacia si ha conocido el dolor (2 Co 1.3-5). Cuando sufrimos, buscamos consuelo de quienes han afrontado algo parecido. Del mismo modo, otros confiarán en nuestro consuelo si hemos sufrido.
Cualesquiera que sean las circunstancias, debemos evaluar lo que Dios está haciendo en nosotros. Cuando buscamos sus propósitos y sus enseñanzas, acortamos el tiempo para que nuestro mensaje de vida refleje la esperanza que se encuentra en Cristo.
BIBLIA EN UN AÑO: JOSUÉ 10-12