En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo escribe: “No poner tropiezo… al hermano... Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor” (Ro 14.13, 15). El Reino de Dios no se trata de lo que comamos o bebamos, ni de ninguna otra “regla” que creamos que debemos seguir. Más bien, se trata de la obra transformadora del Espíritu Santo en nosotros.
Cuando nos alineamos con la rectitud de Dios, buscando sus caminos y su voluntad, el gozo florece. El Espíritu Santo, nuestro Consolador y Guía, lo hace vivir en nosotros. Él nos recuerda el amor de Dios, nos asegura nuestra salvación y nos capacita para vivir en armonía con quienes nos rodean. Esto no es una felicidad superficial o temporal; es el fruto del Espíritu que habita en nosotros (Ga 5.22) y trasciende nuestras circunstancias.
Tómese un momento para reflexionar en cuanto al gozo que proviene de conocer a Dios y buscarlo. Esta profunda sensación de estabilidad y fortaleza no se puede comprar ni fabricar: fluye de nuestra conexión con la Fuente de todo gozo y es una degustación de los placeres eternos que nos esperan en la presencia de Dios (Sal 16.11).
Biblia en un año: 2 REYES 10-12