A medida que se acerca el invierno vemos caer las hojas, las flores se marchitan e incluso la hierba se seca. Mientras todo a nuestro alrededor cambia y, en algunos casos, desaparece por un tiempo, podemos consolarnos con las palabras de Cristo en el pasaje de hoy.
Él sabía que cuando llegara su muerte a los discípulos les parecería definitiva, por lo que plantó estas palabras en sus corazones para ayudarles a entender. Cuando resucitó de entre los muertos, se dieron cuenta de que los había preparado, como dijo un poeta, para practicar la resurrección.
¿Cómo podemos practicar la resurrección? ¡A fin de cuentas, todavía no hemos muerto! Primero, dejemos nuestra antigua manera de vivir, nuestros deseos egoístas y nuestro orgullo (2 Co 5.17). Al hacerlo, experimentamos una especie de muerte, de la cual somos “vivificados en el espíritu” (1 P 3.18).
Segundo, adoptamos la fe y la esperanza que Cristo nos dio. Lo cual sucede cada vez que nos congregamos con otros creyentes, confesamos nuestros pecados y recibimos el perdón y la misericordia de Dios. Adoramos juntos, con fe en que nuestro Salvador ha muerto y resucitado.
Y adoramos también con la esperanza de que nos gozaremos en plenitud durante la segunda venida de Cristo. Piense en cada domingo, durante todo el año, como una pequeña degustación de la resurrección.
Biblia en un año: Romanos 1-3