En esta Navidad, aparte tiempo para reflexionar acerca de los regalos que cambiaron para siempre el curso de la humanidad.
Generalmente nos enfocamos en el regalo del Padre celestial al dar a su Hijo para ser el Salvador del mundo (1 Jn 4.14). De lo que muchas veces no nos damos cuenta, es de que los tres miembros de la Trinidad tienen parte en este despliegue divino de generosidad, que continúa en la eternidad. El Señor vino a dar su vida en rescate por muchos (Mr 10.45). Después de su muerte y resurrección, Él y el Padre enviaron al Espíritu Santo para vivir en los creyentes para siempre (Jn 14.16; Jn 16.7). El Espíritu, a su vez, da dones espirituales a todos los creyentes y produce su fruto maravilloso en sus vidas (1 Co 12.7-11).
Estas bendiciones divinas no terminan en la Tierra. Continuarán en el cielo, cuando el Señor juzgue a los cristianos para darles recompensas por las buenas obras que nunca podrían haber realizado sin el poder de Él (1 Co 3.13, 14; Jn 15.5).
Servimos a un Dios amoroso y generoso. Él no necesita nada de sus hijos, pero quiere cada parte de nosotros para seguir derramando sobre nosotros su bondad. Piense en los muchos regalos que Él le ha dado a usted y a sus seres queridos, y pregúntese: ¿Qué voy a hacer con ellos hoy?
BIBLIA EN UN AÑO: 1 JUAN 1-5