A nadie le gusta el dolor de la disciplina, pero los padres saben que es necesaria. En una familia, puede haber un hijo que aprende las lecciones con dureza —por su desobediencia y el consiguiente castigo— mientras que otro hijo observa, aprende y hace lo necesario para evitar la disciplina dolorosa.
Lo mismo sucede con nosotros como creyentes: podemos ser instruidos por nuestro Padre celestial de la manera difícil o de la manera fácil. Debido a que no somos perfectos, es imposible evitar la disciplina por completo, pero podemos disminuirla. Al estudiar con diligencia las Sagradas Escrituras, aprendemos lo que agrada y lo que desagrada al Señor.
La Palabra de Dios nos enseña quién es Él y cómo quiere que vivamos. También nos reprende cuando pecamos y nos muestra cómo corregir el rumbo. Luego nos explica cómo vivir de una manera digna del Señor. Formar parte de una iglesia con una sólida base bíblica también es una protección. Necesitamos personas piadosas que nos aconsejen y nos hagan responsables de rendir cuenta de nuestras acciones.
Usted no necesita temer a la disciplina de Dios. Aunque su corrección puede ser dolorosa, trae un gran beneficio espiritual. Así que, cada vez que peque, humíllese de inmediato, reconozca su pecado y vuélvase al Señor con un corazón obediente.
Biblia en un año: Mateo 25-26