“¡Mi papá es más fuerte que el tuyo!”. “¡Mi mamá hace la mejor comida del mundo!”. ¿Alguna vez ha notado que los niños pequeños confían instintivamente en su madre y en su padre, y que a menudo hablan de ellos con orgullo? Para un niño inocente no existen personas más listas, más guapas o más divertidas que sus padres.
Pero en algún momento, las cosas empiezan a cambiar. A medida que los niños crecen y observan el mundo que les rodea, la admiración inquebrantable que una vez tuvieron, comienza a tambalearse, sobre todo en la adolescencia. Entonces, la percepción de los padres puede cambiar, provocando indiferencia e ingratitud. ¿Qué ha ocurrido? Los adolescentes, por naturaleza, quieren sentirse independientes, lo que les lleva a cuestionar las opiniones de sus padres y a descubrir que mamá y papá son seres humanos que pueden fallar.
Tómese un momento ahora mismo para revisar su corazón. Cristo dijo que debemos ser como niños (Mt 18.3). ¿Adora y admira a su Padre celestial? ¿Habla de Él a los demás con la misma reverencia y alegría que cuando creyó por primera vez? Si algo de ese deleite se ha desvanecido, pídale que le ayude a redescubrirlo. Luego pasa tiempo en su Palabra, buscando el ánimo que solo Él pueda darle.
Biblia en un año: Salmos 19-22