En el principio, Dios creó los cielos y la Tierra con precisión. Dio existencia a las galaxias, formó montañas y valles, llenó los mares con vida y adornó la tierra con cosas de diversos colores y formas. Contempló su creación y la declaró “muy buena” (Gn 1.31).
Contemplar las maravillas de la creación nos permite vislumbrar el arte divino. Los vibrantes matices de una puesta de sol, la delicada complejidad de las alas de una mariposa y la grandeza de las cordilleras montañosas dan testimonio de la infinita sabiduría y creatividad de Dios.
Si nos quedamos atrapados en los momentos rutinarios de la vida, es fácil que pasemos por alto la belleza que nos rodea. Pero cuando nos detenemos a contemplar la creación de Dios, es difícil no llenarse de asombro y gratitud. Cada amanecer, el canto de las aves y el susurro de las hojas nos hablan del amor del Creador. La declaración de Dios de que su creación es “muy buena” nos recuerda el valor inherente de todo lo que ha hecho, incluyéndonos a nosotros.
Haga una pausa para salir y contemplar la belleza de la creación de Dios. Ya sea que mire una sola hoja de hierba o la expansión del firmamento, recuerde que todo refleja la bondad de nuestro Creador, que hizo cada pedacito de eso con amor.
Biblia en un año: 2 REYES 13-15