La envidia es como una bola de nieve que se vuelve cada vez más grande y sus consecuencias suelen ser devastadoras. La confusión, la ansiedad y la amargura pueden hacer que sea casi imposible mantener el plan de Dios a la vista. En su lugar, nos centramos en lo que no tenemos, lo que nos hace sentir antipatía por los que sí tienen lo que queremos. Entonces el miedo a no estar a la altura puede dominar nuestro pensamiento. Además, la codicia deshonra al Señor. Aunque Él tiene un hermoso plan para todos y cada uno de sus hijos, la envidia dice: “No confío en que realmente me des lo mejor”.
Si encuentra alguna evidencia de esto en su vida, confiese su pecado. Reconozca que se está enfocando en lo que Dios está haciendo en la vida de otra persona en lugar de hacerlo en la suya. Agradézcale por cómo está bendiciendo a la otra persona, y pídale que ponga amor en su corazón por ella. Luego, vuelva a enfocar su atención en lo que el Padre está haciendo en su vida. Por último, memorice y medite en el Salmo 37.4-6.
Si está agobiado por la envidia, entonces se está perdiendo lo mejor de Dios. No desatienda este pecado. Aquel que le creó y diseñó un buen plan para su vida es capaz de ayudarle a cambiar su manera de pensar.
BIBLIA EN UN AÑO: COLOSENSES 1-4