La victoria es la voluntad de Dios para la vida del creyente. Sin embargo, a veces caemos repetidamente en el mismo pecado. Si queremos hacer lo correcto, ¿por qué no lo logramos?
Una razón es el arrepentimiento incompleto. Es posible que experimentemos pena, bochorno y vergüenza por el pecado sin estar arrepentidos. El arrepentimiento no es cuestión de llorar o sentirse culpable; más bien, es un cambio de mentalidad sobre el pecado, de manera que ya no nos aferramos a nuestra perspectiva, sino que estamos de acuerdo con lo que Dios dice. Al hacerlo, el corazón se vuelve en la dirección opuesta a la persistencia en el pecado (Pr 28.13).
La segunda razón del fracaso es una visión inadecuada de nuestra identidad en Cristo. Como hijos de Dios, tenemos a Dios viviendo en nosotros. Cuando comprendemos esta verdad, reconoceremos que el pecado no encaja con lo que somos y dejaremos de justificar nuestras faltas. Nuestro arrepentimiento genuino se basa en una comprensión sincera y bíblica de nuestra identidad.
Cuando juntamos estas dos verdades, creamos una herramienta poderosa contra la tentación. Nuestro Padre quiere que seamos victoriosos, y triunfamos cuando recordamos que Cristo es la fuente de vida en nosotros.
Biblia en un año: HECHOS 23-24