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Del corazón del pastor

Producirá frutos justos cuando deje que el Señor pode su vida.

Solía vivir en las montañas de Carolina del Norte, en un pueblo llamado Fruitland. El nombre era apropiado porque era un territorio rico en manzanas, y todavía lo es. Como pastor de una iglesia allí, tenía la costumbre de visitar a los miembros.

Recuerdo haber llegado a la casa de un hermano de la iglesia, pero descubrí que este estaba en el huerto. Así que fui a buscarlo y lo encontré podando los árboles.

El árbol en el que estaba trabajando se veía patéticamente desnudo. Le dije: “Hombre, vas a matar a ese árbol si no lo dejas de podar”.

Me contestó: “Tú dedícate a predicar y yo me encargaré de la poda”.

Tenía razón. Yo no sabía nada de poda, pero él obviamente sí.

Con el tiempo nos hicimos amigos y me explicó el valor de la poda. Me dijo: “Si quieres obtener buenos frutos, y muchos, tienes que cortar las ramas. Puede parecer que estás matando al árbol, pero si dejas que todas esas ramas permanezcan, la savia se desperdiciará en nuevos crecimientos en lugar de producir frutos”.

Nunca olvidé esa lección porque el Señor Jesús enseñó lo mismo a sus discípulos. Utilizó una viña como imagen de su relación con Él y con el Padre. Describió al Padre como el sembrador, a Él mismo como la vid y a los discípulos como los pámpanos (Jn 15.1-5).

Para producir más fruto espiritual en nuestras vidas, nuestro Padre celestial saca su podadora y se pone a trabajar en nosotros.

Podemos pensar: “Dios, si me amaras, no dejarías que estas cosas me sucedieran”. Pero muchas veces, lo que Él en realidad está haciendo es quitar las cosas que impiden nuestro crecimiento espiritual para que podamos dar más fruto, porque eso es lo que trae gloria a Dios (v. 8).

Ahora se estará preguntando: “¿Cuál es el fruto que Dios busca en mi vida, y cuáles son las cosas que está quitando?”.

Antes de abordar estas preguntas, me gustaría que entendiera la relación entre Jesucristo como la vid y usted como el pámpano.

Desde el instante en que usted fue salvo, fue unido a Cristo y el Espíritu Santo pasó a vivir en usted. Como la savia en una rama, la vida de Cristo ahora fluye a través de usted, produciendo un fruto justo.

Por eso el Señor dijo: “el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (v. 5).

Un pámpano no se esfuerza por producir fruto; simplemente permanece unido a la vid mientras la savia fluye a través de él. Nosotros no somos los que producimos el fruto espiritual; solo llevamos el fruto que resulta de la obediencia y la fe. Así es como nos transformamos en la imagen de Jesucristo.

El fruto que el Espíritu produce en nosotros se manifiesta en nuestro carácter y en nuestras obras.

En otras palabras, el Espíritu nos está capacitando para llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos y para llevar a cabo la obra que nos ha encomendado. Ambas cosas son esenciales en la vida cristiana y no pueden producirse al margen de la obra del Espíritu. De esta manera glorificamos a Dios y demostramos ser discípulos de Cristo (v. 8).

Es probable que esté familiarizado con el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22, 23: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”.

Ahora bien, no producimos todos estos frutos en el mismo grado o con la constancia que quisiéramos, pero todos ellos deberían aumentar y ser visibles en nuestras interacciones con los demás.

La otra expresión del fruto se muestra en nuestras obras o servicio al Señor. Por nosotros mismos, somos totalmente incapaces de obedecer al Señor, de ser justos, o de servirle con eficacia eterna.

Podemos dar la impresión de ser admirables, pero si el Espíritu no está cumpliendo la voluntad de Dios a través de nosotros, los resultados son de corta duración y no producen ningún fruto genuino.

Para ayudarnos a ser más fructíferos, Dios corta todo lo que impide dar dicho fruto (Jn 15.2).

Esto incluye el pecado en todas sus formas, así como cualquier cosa que nos distraiga del Señor o nos aleje de Él. Las herramientas que Dios utiliza son variadas y están diseñadas específicamente para cada persona.

Muchas veces vienen en forma de pruebas. Los problemas y el sufrimiento nos hacen enfocar nuestra mirada en el Señor y depender por completo de Él.

Y así es exactamente como debe ser.

En lugar de resistirse al proceso de poda, sométase al Espíritu confesando y arrepintiéndose de cualquier pecado en su vida. Luego, considere si hay algo que le esté distrayendo de su enfoque en el Señor.

A veces, incluso algo bueno puede ocupar demasiado de su tiempo, atención o afecto. No tiene que abstenerse por completo de todas las alegrías terrenales. El objetivo es mantenerlas en el lugar adecuado para que el Señor sea su prioridad.

Si actualmente está sintiendo el filo del cuchillo de poda de Dios, espero que se dé cuenta de que Él está haciendo una buena obra en usted.

Su objetivo no es hacerle daño innecesario, sino beneficiarlo eternamente. El Señor está mucho más interesado en que dé frutos espirituales que en su comodidad y bienestar temporal.

En este momento, usted puede sentirse como ese manzano que mi amigo estaba podando, pero cuando llegue el momento de la cosecha, tendrá un gran gozo al glorificar a Dios con frutos que duran para siempre.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Es un honor para En Contacto servirle. Aunque no siempre estaré aquí para ver las increíbles maneras en que Dios usa este ministerio, no deja de sorprenderme su fidelidad a lo largo de los años. Y confío en su divina bondad para continuar bendiciéndole a usted y a las generaciones venideras por medio de En Contacto.