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Del corazón del pastor

Dios quiere usarte para animar a los demás.

Cuando estaba en primer grado, me ocurrió algo muy positivo.

Escuché a mi maestra comentarle a otra persona: “Charles me cae bien”. Es probable que ella nunca se haya enterado de que había escuchado su comentario, y mucho menos lo mucho que significó para mí. Todavía recuerdo cómo me sentí en ese momento, y el ánimo que me dio durante un período de mi vida en el que estuve muy solo.

Más tarde, cuando era adolescente, mi profesor de la escuela dominical también me impactó mucho. Aunque ya no asistía a su iglesia, cada vez que me veía repartiendo periódicos, aparcaba su coche y hablaba conmigo un rato. Luego me compraba un periódico por el doble de precio, a pesar de que le entregaban uno en su casa. No hablábamos de nada importante, pero el simple hecho de que se preocupara lo suficiente como para desviarse de su camino para hablar conmigo me hacía sentir especial.

Puede que usted también comparta uno o dos recuerdos de personas que, a sabiendas o no, le hayan alentado.

Pero hoy en día vivimos en un mundo en el que este tipo de experiencias parecen cada vez más raras. A pesar de estar más conectados electrónicamente, estamos más solos y aislados que antes. No es así como Dios quiere que vivamos.

Las Sagradas Escrituras revelan algunos rasgos básicos que el Señor desea para todos los creyentes, y uno de ellos es que nos animemos los unos a los otros (1 Ts 5.11).

En el Nuevo Testamento, animar significa “llamar al lado de uno”. La vida cristiana no es de aislamiento e independencia, sino de relación e interconexión. Caminamos juntos, uno al lado del otro. Aunque algunos de nosotros somos más extrovertidos que otros, cada uno de nosotros puede alentar a otros a su manera. No tenemos ni idea del impacto que nuestras palabras amables, nuestros buenos consejos o nuestros actos de bondad pueden tener en otra persona, pero a menudo es mayor de lo que pensamos.

Bernabé, cuyo nombre significa “hijo de consolación”, es un magnífico ejemplo bíblico.

Deseoso de ayudar a los creyentes en Jerusalén, vendió una propiedad y entregó el dinero a los apóstoles para que lo distribuyeran entre los necesitados (Hch 4.36, 37). Más tarde trajo a la iglesia a Saulo, un antiguo perseguidor de los creyentes, asegurando a los líderes de la iglesia que Saulo era ahora un cristiano (Hch 9.26, 27).

Bernabé no podía imaginarse la importancia de este acto. Saulo se convirtió en el gran apóstol Pablo, que plantó iglesias y escribió muchas cartas poderosas registradas en el Nuevo Testamento.

Dios quiere usar a cada uno de nosotros en diferentes momentos y de diferentes maneras para animar a otros. Esto significa que debemos estar atentos a las personas que el Señor pone en nuestro camino y ponernos a su disposición, incluso cuando sea un inconveniente o sintamos que no tenemos nada que ofrecer.

En primer lugar, para animar a otros debemos dedicarles nuestro tiempo y atención (1 Ts 2.17-20).

La comunicación cara a cara es muy reconfortante, pero también podemos apoyar a otros con llamadas telefónicas, correos electrónicos, cartas o mensajes de texto. Hoy en día, hay muchas maneras de alcanzar a los demás. Sin embargo, es importante recordar que no debemos involucrarnos tanto con nuestros dispositivos electrónicos que acabemos descuidando a las personas que están con nosotros. Observe a quienes están cerca de usted y escúchelos con compasión, para saber qué hay en sus corazones y cómo apoyarlos.

En segundo lugar, podemos animar a los demás satisfaciendo sus necesidades emocionales o físicas (1 Ts 5.14).

Esto puede consistir en consolar a los afligidos, pasar tiempo con los solitarios o resolver un problema práctico. Por ejemplo, podríamos usar nuestras destrezas para ayudar a quienes se sienten inadecuados en un área particular. Si no tuviera unos cuantos miembros del personal que me prestan auxilio, mi trabajo en la computadora sería un desastre. Me siento muy agradecido por sus habilidades y talentos.

En tercer lugar, los cristianos estamos llamados a edificarnos en el Espíritu unos a otros (Ro 1.11, 12).

En tiempos difíciles, los que están luchando necesitan que alguien les recuerde la presencia de Dios, sus promesas infalibles o su poder ilimitado. A veces es útil señalar un versículo que revele las instrucciones o el consuelo de Dios.

Otro aspecto importante del estímulo espiritual es advertir a alguien que va por el camino equivocado y ofrecerle una corrección amorosa. Esto puede convertirse en un regalo que no tiene precio.

Por último, el estímulo es motivador (He 10.24, 25), en especial cuando fracasamos en algún aspecto y queremos rendirnos.

Es entonces cuando un hermano o hermana en Cristo puede ayudar a persuadirnos a seguir adelante. Recuerdo varias veces que no me iba muy bien en una materia en particular en la escuela. Mi madre no me avergonzaba ni me condenaba, sino que tan solo me animaba a dar lo mejor de mí. Su consejo ha permanecido conmigo todos estos años, motivándome a perseverar en medio de la debilidad, los obstáculos y las dificultades de la vida, y a hacer todo lo mejor posible para gloria de Dios.

Todos necesitamos este tipo de estímulo de los demás. A su vez, podemos ser alentadores para los que nos rodean. Si se lo pide al Señor, Él le dará sabiduría sobre lo que debe decir y hacer.

Recuerde que usted no tiene idea de la diferencia que sus palabras y acciones amables pueden hacer en la vida de alguien más.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. A lo largo de los años, ha sido un honor ver el poder de Dios en acción. Cuando pienso en el futuro, confío en que los próximos años de este ministerio serán muy bendecidos. A Dios sea la gloria.