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Del corazón del pastor

El mejor ejemplo a seguir —en tiempos de persecución— es el del Señor Jesucristo, quien sufrió más injusticias que nadie.

Charles F. Stanley

Es natural que queramos que la gente se sienta atraída al cristianismo por nuestro testimonio y buen ejemplo. Pero tenemos que enfrentar la realidad: este mundo está bajo la influencia de Satanás, y su influencia es poderosa. Mucha gente es hostil hacia Cristo. En lugar de ser admirados, podemos ser objeto de injusticias, ser difamados o, incluso, ser perseguidos por nuestra fe. Esto no es nada inusual, les ha sucedido a los creyentes durante siglos. Incluso hoy en día, muchos cristianos en todo el mundo se enfrentan a una severa persecución. Necesitamos aprender cómo Dios quiere que reaccionemos en caso de que nosotros también nos enfrentemos a la hostilidad por causa de nuestra fe en algún momento de nuestras vidas.

El Señor Jesucristo dijo algo sobre este tema que podría parecer contradictorio: “Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase de mal. Gócense y alégrense, porque en los cielos ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes” (Mt 5.11, 12 RVC).

Es difícil comprender cómo el sufrimiento por Cristo puede ser una bendición a menos que reconozcamos que la vida terrenal es como una nube de humo comparada con las bendiciones de nuestro hogar eterno. Cuando el apóstol Pedro escribió su primera carta, se refirió a los creyentes como extranjeros o viajeros, y eso es con exactitud lo que somos en este mundo. Sin embargo, a veces nos apegamos demasiado a esta vida presente y pensamos poco en nuestro futuro eterno. La persecución nos aleja de las riquezas, placeres y preocupaciones terrenales. Nos hace poner toda nuestra esperanza en la gracia que recibiremos cuando Jesucristo se manifieste (1 P 1.13).

La carta de Pedro incluía instrucciones para los creyentes que trataban de ser obedientes y justos en circunstancias muy difíciles. Tenían que lidiar con la calumnia, el confinamiento, la injusticia y la persecución por el simple hecho de ser cristianos. Por ello, Pedro los tranquilizó diciendo: “Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois” (1 P 3.14). Luego, les dio cuatro instrucciones:

En primer lugar, “no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis” (1 P 3.14). Para poder permanecer sin miedo y sin que nos afecten los ataques de las personas ofendidas por el cristianismo, necesitamos una perspectiva bíblica del cuidado de Dios por nosotros y su soberanía sobre nuestras vidas. Solo unos pocos versículos antes se nos recordó que “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 P 3.12).

En última instancia, nuestros perseguidores fracasarán. Aun si el Señor les permitiera matar nuestros cuerpos, no podrían destruir nuestras almas porque pertenecemos a Cristo (Mt 10.28). Y cuando hacemos lo que es correcto, pero sufrimos como resultado, la gracia de Dios nos envuelve y fortalece para sostenernos con paciencia (1 P 2.20).

En segundo lugar, “santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 P 3.15). Reaccionar ante la hostilidad de la manera que le agrada a Dios requiere devoción al Señor por encima de todo y sumisión a su soberanía, incluso cuando su voluntad para con nosotros permite el maltrato, los insultos o la persecución. La vida cristiana es un viaje a la gloria eterna, pero el camino incluye sufrimiento temporal. Sin embargo, cuando al fin lleguemos al cielo, descubriremos que nuestro sufrimiento momentáneo nos ha producido un peso eterno de gloria más allá de toda comparación (2 Co 4.17).

En tercer lugar, estar siempre “preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 P 3.15). Mantener nuestra esperanza eterna y vivir de manera justa mientras sufrimos injusticia y hostilidad puede abrirnos una puerta para compartir el evangelio con nuestros perseguidores. Debemos estar siempre dispuestos a explicarles por qué confiamos en el Señor. Aunque debemos ser audaces con la verdad del evangelio, nuestra actitud hacia los que nos lastiman debe ser gentil y respetuosa.

En cuarto lugar, tener “buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 P 3.16). Aunque podamos sentirnos tentados a transigir para evitar persecución o a pagar mal con mal a aquellos que nos lastiman, esto solo nos lleva al pecado y a arruina nuestro testimonio. Toda venganza debe dejarse a Dios, quien es el único que conoce todos los detalles y juzga con justicia. La única manera de vencer el mal es con el bien (Ro 12.17-21).

El mejor ejemplo a seguir —en tiempos de persecución— es el del Señor Jesucristo, quien sufrió más injusticias que nadie. Cristo “cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 P 2.23). Ya sea que enfrentemos persecución severa o relativamente leve por nuestra fe, eso justo lo que el Señor Jesús predijo: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15.20). Pero la gracia de Dios siempre es abundante en tiempos como estos, y al final todo nuestro sufrimiento terminará cuando culminemos la carrera, habiendo peleado la buena batalla y guardado la fe (2 Ti 4.7,8). Entonces todo lo que queda es regocijarnos por nuestra gran recompensa en el cielo.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Si pensar en la persecución le produce miedo, recuerde que Dios no quiere que se preocupe de antemano. Puede que no sienta la gracia de Dios en este momento, pero la sentirá cuando la necesite. Confíe en Dios, porque Él nunca le dejará ni le abandonará.