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Del corazón del pastor

Nuestra presencia debería tener el mismo efecto en el mundo que la sal tiene en el ambiente.

Charles F. Stanley

¿Alguna vez ha usado la frase “sal de la tierra”? Tal vez se hayan referido a usted de esta manera. Se supone que es un honor. Pero ¿por qué? Hoy en día la sal es asequible y accesible. En la antigüedad, sin embargo, era una mercancía valiosa. Aunque la sal es el sexto elemento más abundante del planeta, extraerla en su forma pura era difícil. La sal pura era tan valiosa que a veces se utilizaba como forma de pago. Eso dio origen a la palabra salario.

Conocer el valor de la sal en tiempos bíblicos nos ayuda a entender las palabras del Señor Jesús a sus seguidores en Mateo 5.13: “Vosotros sois la sal de la tierra”. Bien sea de forma individual o corporativa como Iglesia, los creyentes somos como la sal en este mundo. Ya no somos parte del sistema mundial; nos hemos vuelto distintos (Jn 17.15, 16). Pero así como la sal cambia todo lo que toca, nosotros también deberíamos hacerlo.

Por eso no fuimos sacados del mundo en el momento de la salvación: nos quedamos aquí para llevar a cabo la obra de Cristo. Antes de ascender a su Padre, el Señor Jesús nos asignó una misión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr 16.15). Esto es lo que significa ser la sal de la tierra. Nuestras vidas están destinadas a tener un impacto para Cristo, porque somos los únicos que podemos compartir el evangelio que salva almas. Nuestra presencia debería tener el mismo efecto en el mundo que la sal tiene en su entorno. ¿Cómo?

En primer lugar, la sal es un conservante. En los tiempos del Nuevo Testamento, era el principal medio para prevenir el deterioro de los alimentos. De manera similar, los cristianos ayudan a preservar la sociedad de la corrupción espiritual y moral al ofrecer el evangelio a la gente. Solo a través de la salvación es posible escapar de la decadencia del mundo y comenzar a vivir con justicia (2 P 1.4).

Esta labor de preservación también es necesaria en las sociedades que parecen afirmar los valores cristianos, pero que han rechazado las enseñanzas de Dios de manera generalizada (Jn 14.21). Aunque parezca que estamos perdiendo la batalla por la justicia en medio de nuestra sociedad, seguimos siendo responsables de ser sal para los que nos rodean, al ofrecerles el evangelio y siendo ejemplos de piedad en nuestro carácter, conversación y conducta.

En segundo lugar, la sal penetra y se esparce sobre todo lo que toca. Justo esto fue lo que pasó en la Iglesia primitiva. Mientras los discípulos proclamaban el evangelio, este penetró todo el Imperio romano (Hch 13.49). Y este proceso sigue ocurriendo hoy en día en todo el mundo, ya que el cristianismo toca todas las zonas del planeta.

Podríamos pensar en nosotros mismos como granos individuales de sal esparcidos por Dios en nuestras ciudades y vecindarios. Aunque nos unimos como Iglesia, el impacto de nuestra salinidad solo es posible cuando salimos del salero y nos esparcimos por nuestro mundo para compartir el poder transformador de Cristo.

En tercer lugar, la sal es un agente saborizante. Transforma la comida insípida haciéndola apetecible. Por eso debemos andar con sabiduría para con los de fuera hablando con gracia, como si cada palabra estuviera “sazonada con sal”, para así saber cómo responder a cada persona (Col 4.5, 6). Algunas personas pueden ser indiferentes o incluso hostiles con nosotros y nuestro mensaje, pero habrá otros que querrán saber por qué somos diferentes. Cuando les expliquemos con gracia lo que Cristo ha hecho por nosotros, y Dios les abra su corazón, ellos también podrán descubrir la alegría de conocer a Cristo como Señor y Salvador.

En cuarto lugar, la sal debe permanecer pura para ser útil. En el primer siglo, la sal se recogía del agua de mar evaporada, pero a veces esta podía contener impurezas. Si la concentración de contaminantes era demasiado alta, la sal perdía su valor. El Señor Jesús advirtió a sus seguidores de esta posibilidad en sus vidas, diciendo: “si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mt 5.13).

Los cristianos debemos permanecer incontaminados por el mundo. Por eso el ápostol Pablo dijo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro 12.2). Cuando la iglesia cede y trata de ser como el mundo, se vuelve débil e ineficaz. De la misma manera, si vivimos como incrédulos, nuestro testimonio se vuelve inútil, ya que no tenemos nada que ofrecerles que no tengan. Hemos perdido nuestra salinidad en Cristo.

El pecado es como la suciedad en la sal. Corrompe nuestras vidas, arruina el sabor del cristianismo para todos los que nos conocen y nos hace inútiles para Dios. Espero que usted siga siendo sal pura e incontaminada al caminar cada día en obediencia a Cristo. Si lo hace, seguirá marcando la diferencia en el mundo. Cuando usted vive con integridad y mantiene un excelente comportamiento, Dios puede utilizarle para crear una sed por Cristo en los demás que podría impactarlos por la eternidad. ¡Qué bendición!

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Ruego al Señor que usted tenga un bendecido Día de Acción de Gracias este mes al celebrar la bondad de Dios. Incluso si ha tenido un año difícil o está pasando por dificultades, siempre hay motivos de gratitud cuando se tiene la esperanza eterna a través de Jesucristo nuestro Salvador. Nada en este mundo se puede comparar con la bendición de tener paz con Dios.