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Del corazón del pastor

El único que nos conoce y entiende de verdad es Dios.

Charles F. Stanley

¿Alguna vez ha conocido a alguien que ponga una barrera que impida la verdadera comunicación? A veces, al hablar con ciertas personas, siento que hay un frío muro de acero entre nosotros. En momentos así, quisiera que la persona pudiera abrir su corazón tan solo un poco. ¿Sabe por qué ocurre esto? A menudo es porque esa persona tiene una pobre imagen de sí misma y tiene miedo de dejar que los demás vean quién es en realidad. Pero Dios quiere —y ha provisto— mucho más para sus hijos.

¿Qué ve usted cuando se mira en el espejo? La imagen que usted tiene de su persona es la imagen mental que se hace de sí mismo. Es importante desarrollarla de la manera correcta, porque la forma en la que piensa, siente, habla y actúa fluye de ella.

La formación de la imagen que usted tiene de sí mismo comenzó a una edad muy temprana, cuando era bebé, y continúa a lo largo de toda su vida. Su autopercepción mental está influenciada por las palabras de los demás, así como por sus propias experiencias. Pero como nuestro corazón se engaña a sí mismo (Jer 17.9), somos propensos a tener una visión distorsionada de nosotros mismos. El único que nos conoce y entiende de verdad es Dios. Si acudimos a su Palabra, obtendremos la visión correcta de quiénes somos en realidad.

El apóstol Pablo es un ejemplo de alguien que logró tener una imagen equilibrada de sí mismo. Podemos verlo en 1 Corintios 15.8-10. Después de enumerar a los que tuvieron el privilegio de ver a Cristo resucitado, Pablo declaró con humildad que él fue el último en ver al Señor. ¿Cómo pudo pasar Pablo de una previa visión distorsionada a esta percepción más precisa de sí mismo?

Antes de su conversión, Pablo tenía una opinión demasiado elevada de sí mismo. Había llegado a la cúspide del judaísmo y confiaba, como fariseo, en que su obediencia a la ley le había valido la aprobación y aceptación de Dios (Fil 3.4-6). Estaba tan convencido de sus creencias moralistas que persiguió a la Iglesia. Fue necesaria una visita del Señor Jesús en el camino a Damasco para que Pablo se diera cuenta de que era un pecador que necesitaba al Salvador.

Después de esto, Pablo, con humildad, ajustó su imagen de sí mismo a una estimación más acertada. Dijo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil 3.7). Cuando escribió a los corintios, dijo de sí mismo: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios” (1 Co 15.9).

Ahora bien, se podría pensar que Pablo debía tener una imagen terrible de sí mismo en ese momento. ¿Cómo podría superar la culpa de lo que había hecho? Tal vez usted se sienta así con respecto a su propio pasado. ¿Los pecados que cometió le persiguen a todas partes, le desaniman y distorsionan la imagen que tiene de sí? ¿Deja que sus fracasos moldeen la manera en que piensa de sí mismo? Si es así, aprenda del ejemplo de Pablo.

Pablo se veía a sí mismo como Dios lo veía. No dejó que los fracasos del pasado moldearan su identidad. Los dejó atrás para poder seguir a Cristo. En la salvación, Pablo se convirtió en una nueva persona, todo debido a la gracia de Dios: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co 15.10). Pablo no se despreció una vez que reconoció sus pecados. Por el contrario, se vio a través de la lente de la verdad de la Palabra de Dios.

Esto es lo que Dios quiere para cada creyente. No tenemos que vivir el resto de la vida con una visión distorsionada de quienes somos, siendo esclavos de una imagen baja o muy alta de nosotros mismos. El Señor quiere que tengamos una percepción equilibrada basada en las Sagradas Escrituras. Efesios 1.3-14 nos dice cómo nos ve Dios. Somos sus hijos elegidos y amados, redimidos, perdonados y colmados de gracia.

Por último, Pablo vivió en la nueva imagen de sí mismo que le fue dada por la gracia de Dios. No descansó después de la salvación, sino que siguió avanzando para convertirse en la persona para lo cual Dios lo había creado y cumplir lo que había sido llamado a hacer. Pablo dijo: “su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co 15.10).

El propósito de una percepción equilibrada no es solo que podamos sentirnos bien con nosotros mismos y podamos relacionarnos bien con los demás, sino que Dios pueda utilizarnos como Él desea. Él nos está transformando a la imagen de su Hijo (Ro 8.29) y cumpliendo su voluntad a medida que potencia nuestro amor, servicio y obediencia.

Muchas cosas pueden distorsionar la percepción que tiene de usted mismo: la culpa por los pecados del pasado, la crítica, los fracasos y la comparación con los demás son tan solo algunas de ellas. Pero ninguna de ellas son indicios reales de quién es usted. En Cristo, usted es una nueva creación y se le ha dado un nuevo ser, hecho a semejanza de Dios. Eso es lo que usted es en verdad.

La manera de desarrollar una imagen propia equilibrada es llenándose de la Palabra de Dios. Descubra lo que Él dice acerca de usted. Luego comience a vivir en esas verdades por fe, con la convicción de que Dios es quien le está transformando a imagen de Cristo. Dios está trabajando en y a través de usted para que pueda servirle en la práctica, para que pueda interactuar con otros de una manera abierta y piadosa, y para que pueda verse a sí mismo como Él lo hace. Si se aferra a las verdades de Dios y deja que estas moldeen sus emociones y su comportamiento, descubrirá su verdadero yo.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Me gustaría desearles a todos los padres un muy feliz Día del Padre. Dios les ha dado la tremenda responsabilidad de ayudar a sus hijos a desarrollar una imagen de sí mismos basada en las Sagradas Escrituras. Sin importar la edad que tengan sus hijos, nunca es demasiado tarde para motivarlos.