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Del corazón del pastor

Una de las cualidades más hermosas que una persona puede poseer es la amabilidad. 

Charles F. Stanley

Una de las cualidades más hermosas que una persona puede poseer es la amabilidad. No tiene nada que ver con la apariencia física, sino que es una virtud interna que se expresa externamente hacia los demás. Por naturaleza nos sentimos atraídos hacia personas amables y consideradas. Y no somos los únicos que valoramos la amabilidad; el Señor también se complace en verla en sus hijos.

La misericordia es uno de los atributos de Dios. El Salmo 145.17 dice: “Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”. Cada respiro que tomamos es prueba de ello, pero a veces no podemos ver la misericordia de Dios en medio de la enfermedad, el dolor emocional u otras dificultades. Aunque puede no estar claro en el momento, Dios sigue siendo benevolente y siempre sacará algo bueno de la adversidad que podamos experimentar (Ro 8.28).

La mayor muestra de la benignidad del Señor hacia nosotros se ve en la salvación. Misericordia es mostrar amabilidad hacia los que sufren y tomar acciones para aliviar su miseria. Como enemigos de Dios, sin posibilidad de redimirnos, estábamos en una situación desesperada y solo podíamos esperar pérdidas, aflicciones y angustias eternas. Pero en su misericordia, Dios tuvo compasión de nosotros y envió a su Hijo a morir en nuestro lugar. Este regalo invaluable resolvió nuestra dificultad e hizo de la alegría eterna nuestra herencia.

Ahora, cada vez que actuamos con misericordia o aliviamos el sufrimiento de los demás, actuamos como el Señor Jesús, quien es la imagen de su Padre (Col 1.15). Como parte de nuestra nueva identidad en Cristo, estamos llamados a apartarnos de la amargura, la ira, la rabia, la queja, la calumnia y la malicia porque ya no corresponden con dicha identidad. En lugar de ser defensivos, dominantes y exigentes, ahora estamos llamados a ser amables, compasivos y clementes (Ef 4.31, 32).

Cuando el apóstol Pablo escribió estas palabras desde una prisión romana, tenía todo el derecho de estar enojado y amargado por el maltrato que recibía, pero asumió una actitud cortés, compasiva y clemente, lo que demuestra que la amabilidad y la misericordia son respuestas apropiadas para cualquier circunstancia.

Gracias al poder del Espíritu Santo en nosotros, cada uno tiene el potencial de convertirse en una persona caracterizada por la compasión. Pero ¿cómo desarrollamos esta cualidad?

En primer lugar, practique la amabilidad. Trate a los demás como le gustaría que le trataran, con cortesía y gentileza (Mt 7.12). Cuando las situaciones le tienten a reaccionar con dureza, véalas como oportunidades dadas por Dios para bendecir a otros con palabras y acciones amables. Concéntrese en las necesidades del otro y no en su derecho a recibir justicia o retribución. Con la amabilidad se logra una actitud humilde, como la de Cristo, que renuncia a las demandas personales y es bendecida como consecuencia. Por eso, Mateo 5.7 dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia”. El sufrimiento de otros no siempre es obvio para nosotros. Asimismo, tener una actitud misericordiosa significa que Dios se asegurará de que también seamos tratados con misericordia.

El lugar más importante para modelar esta actitud es en el hogar. Cuando las relaciones en su familia se rigen por la amabilidad, es más probable que sus hijos desarrollen esta cualidad y la transmitan a las generaciones futuras. Por lo tanto, preste mucha atención a cómo interactúa con los miembros de su familia y encuentre formas de garantizar que una respuesta misericordiosa sea altamente valorada en su hogar.

En segundo lugar, sométase al Espíritu Santo. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Ga 5.22, 23). Este fruto no es una cualidad humana natural sino la obra del Espíritu de Dios en su corazón. Cuando fue salvo, se convirtió en una nueva persona que está siendo transformada por el Espíritu Santo a la imagen de Cristo. Pero el fruto cristiano solo puede desarrollarse mientras camina en obediencia al Espíritu Santo. Requiere que deje de lado todas las actitudes que no se ajustan a quien usted es en Cristo, como el egoísmo, el orgullo y el espíritu crítico. Cuando le permita al Espíritu Santo vivir en usted cada momento, Él le dará poder para mostrar misericordia a los demás, independientemente de que se lo merezcan o no.

En tercer lugar, ore por misericordia: “Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón” (Pr 3.3). Esta es la voluntad de Dios para usted; así que preséntese valientemente ante su trono y pídale que le ayude a tener un corazón lleno “de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col 3.12). Luego, esté atento a las oportunidades y reaccione en obediencia cuando el Señor en su fidelidad le recuerde que sea misericordioso y que se preocupe por quienes le rodean.

Creo que usted estará de acuerdo en que nuestra sociedad hoy más que nunca necesita de amabilidad y misericordia. Estamos rodeados de duras exigencias, pero Dios nos ha colocado aquí como luces en un mundo oscuro. Y nada llama más la atención de las personas que un trato amable y clemente. Por lo tanto, hagamos que nuestro anhelo sea ser fieles embajadores de Cristo al bendecir a quienes nos rodean con paciencia, atención, compasión y consideración.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley