¿Se considera usted una persona arriesgada? Y lo que es más importante, ¿se arriesgaría alguna vez por Dios?
Esto es algo que el Dr. Stanley se preguntó a sí mismo... y a nosotros. Este mes, vamos a considerar los peligros que encontramos como creyentes, y lo que “riesgo” significa cuando se trata de los hijos del Padre celestial.
A continuación está lo que el Dr. Stanley dijo sobre el tema.
¿Qué lleva a los alpinistas a jugarse la vida? Los he visto en el Parque Nacional de Yosemite escalar una pared rocosa sin red ni cuerdas, solo agarrándose con las manos a la pared del acantilado. Si hubieran dado un paso en falso, podrían haber muerto en picado.
Tanto si le gusta ir sobre seguro como si es de los que disfrutan vivir al límite, la pregunta más importante que debe plantearse es: ¿Qué piensa Dios de asumir riesgos? ¿Nos pediría que nos enfrentáramos a la posibilidad del peligro, el sufrimiento, la pérdida o incluso la muerte?
Para responder a esta pregunta, pensemos primero en el apóstol Pablo.
Su vida en Cristo estuvo llena de riesgos. Sus acciones lo llevaron a ser golpeado, encarcelado, perseguido por los judíos y expulsado de una ciudad tras otra. ¿Por qué Pablo estaba dispuesto a pasar por todo eso?
Él mismo dio la razón en Hechos 20.24: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.
La intensidad del compromiso de Pablo con Cristo hizo que el apóstol estuviera dispuesto a seguir cualquier curso aprobado por Dios, sin importar lo que le pudiera costar.
¿Es esa la misma actitud que usted tiene ante cualquier cosa que Dios le guíe a hacer? Puede que se sienta fuera de su elemento y totalmente inadecuado, pero eso nunca debería impedirle dar un paso al frente con fe para obedecerlo.
Si desea vivir una vida consagrada que sea útil al Salvador, debe estar dispuesto a correr riesgos. Hacerlo puede serle costoso en esta vida, como lo fue para Pablo, pero el Señor le recompensará de manera abundante en la eternidad.
Ahora veamos a Pedro.
De todos los discípulos, puede que fuera el que más se arriesgaba. Una vez tuvo la audacia incluso de reprender al Señor Jesús (Mt 16.22-23), y cuando una multitud vino a arrestar al Señor, Pedro estuvo dispuesto a luchar para salvarlo (Jn 18.10). En ambas ocasiones, la valentía de Pedro fue equivocada porque se centró en sus intereses, no en los de Cristo.
Asumir riesgos de este tipo, cuando seguimos nuestro propio corazón en lugar de buscar la voluntad de Dios, puede ser muy costoso. Los errores de Pedro tuvieron consecuencias, por ejemplo, para el siervo cuya oreja fue cortada (v. 10).
En otra oportunidad, Pedro se arriesgó a caminar sobre el agua por orden del Señor Jesús (Mt 14.22-33). Humanamente hablando, aquello era imposible, pero Pedro estaba dispuesto a creerle a Cristo a pesar de las leyes de la naturaleza, y a obedecer a su Señor.
Gracias a su fe, al principio lo consiguió: “Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús” (v. 29). Pedro iba bien hasta que miró las olas. Entonces su confianza en Cristo decayó y empezó a hundirse.
¿Se siente identificado con esto?
Tal vez su meta sea obedecer a Dios con fe, pero se ha estado centrando en los obstáculos. Aceptó el riesgo con un corazón de obediencia, y tal vez vio fruto por un tiempo, pero luego comenzó a dudar.
Hay esperanza para superar errores como este. La disposición de Pedro a seguir al Señor en medio del peligro fluctuó a lo largo de su vida. No quiso correr el riesgo, por ejemplo, de mostrar públicamente su lealtad a Cristo cuando el Señor estaba siendo juzgado. El discípulo negó tres veces a su Salvador, pero enseguida se arrepintió (Mt 26.75). El Señor lo perdonó y le pidió que cuidara de su pueblo (Jn 21.17). También le dijo que moriría glorificando a Dios (v. 19).
Seguir a Cristo es arriesgado.
Debe recordar que “no sois vuestros” (1 Co 6.19). Usted ha sido redimido con la preciosa sangre de Cristo, y ahora le pertenece a Él. Esto significa que debe ir adonde le guíe, hacer lo que le ordene y someterse a lo que le diga, incluso cuando exista la posibilidad de peligro o sufrimiento.
Es imposible saber el resultado de cada decisión que tome.
Solo Dios lo sabe. Pero Él le asegura su presencia con usted y el poder de su Espíritu para capacitarle.
En realidad, el riesgo que siente es el miedo a que los acontecimientos no salgan como usted desea. Pero la obediencia es siempre el lugar más seguro. Cuando se sienta presa de la duda y el miedo, acuda a Cristo por ayuda. Eso es lo que hizo Pedro, y el Señor lo rescató del agua. Él hará lo mismo por usted.
La reflexión del Dr. Stanley sobre los riesgos de obedecer al Señor nos recuerda el consejo de Pedro a la Iglesia: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 3.18).
Este mes, oramos para que pueda descansar en el amor del Señor, descubrir su voluntad y caminar confiadamente con Él dondequiera que Él le guíe.
Hasta la próxima, que Dios le bendiga.
Para la gloria de Dios,
Sus amigos de Ministerios En Contacto
P.D. Al celebrar el Día de la Independencia, ore por los Estados Unidos y por todos los que viven aquí. Sabemos que “La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg 5.16). No hay mejor guía, para una persona o un pueblo, que Dios mismo. Ofrezcámosle súplicas en nombre del país. Pidamos a Dios que revele al Señor Jesús a nuestros corazones para que la paz y la sabiduría se extiendan, y Dios sea glorificado en toda la Tierra. Que Dios bendiga a los Estados Unidos.