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Del corazón del pastor

Aunque la pobreza de espíritu es contraria a los valores del mundo, es fundamental para la vida espiritual.

Charles F. Stanley

Cuando el Señor Jesús caminó sobre la Tierra, fue contracultural en muchos sentidos. Aunque obedeció a la perfección todas las leyes de Dios, a menudo enseñaba en contra del judaísmo de su época y enfurecía a los fariseos con su negativa a aprobar o participar en sus tradiciones humanas. Su Sermón del monte está lleno de declaraciones que refutaban las creencias y prácticas comunes de los líderes religiosos. Jesucristo comenzó con esta sorprendente verdad: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5.3). Ser pobre en espíritu es ser dependiente por completo, sin medio alguno para ayudarse a sí mismo.

El mensaje del Señor Jesús sigue siendo contracultural hoy. Dado que nuestra sociedad nos anima a creer en nosotros mismos y ser autosuficientes, nadie quiere ser considerado débil e indefenso. De hecho, a menudo estamos orgullosos de nuestra independencia y autosuficiencia, pero esa autonomía nunca funcionará en el ámbito espiritual. Lo que en verdad necesitamos es pobreza de espíritu y dependencia absoluta de Dios Todopoderoso porque no podemos lograr nada de valor eterno por nosotros mismos.

En primer lugar, no podemos salvarnos a nosotros mismos. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2.8-9). Los orgullosos de espíritu nunca vendrán a Cristo para salvación porque creen que son lo suficientemente buenos como para ganarse el favor de Dios. Sin embargo, ninguno de nosotros puede llegar al cielo por nuestros propios medios.

Reconocer que somos impotentes para salvarnos del justo juicio y castigo eterno de Dios es lo que nos lleva a Él para recibir, mediante la fe en Cristo, el perdón de nuestros pecados y la justicia. Cristo es el único que puede hacernos aceptables a los ojos de Dios y darnos vida eterna.

En segundo lugar, somos incapaces de llevar la vida cristiana. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Co 1.30, 31). Nuestra insuficiencia espiritual no comienza y termina en la salvación, sino que continúa a lo largo de nuestra vida terrenal.

Una de las experiencias más frustrantes es tratar de llevar la vida cristiana con nuestras propias fuerzas y con nuestra propia sabiduría. Dios no nos llama a la salvación y luego nos abandona para que nos las arreglemos lo mejor que podamos. El Señor Jesús dijo que separados de Él, no podemos hacer nada (Jn 15.5). Por lo tanto, cuando permanecemos en Cristo y dependemos de Él, Él nos libera de la carga del esfuerzo propio.

Como creyentes, se nos ha dado el don del Espíritu Santo que mora en nosotros. Cada aspecto en el cual Él trabaja en nuestra vida es un área de nuestra incompetencia absoluta. Él nos permite comprender la Palabra de Dios y nos ayuda a crecer en obediencia y piedad. Por eso se nos ordena caminar en el Espíritu, lo que significa ceder a su voluntad (Ga 5.25).

En tercer lugar, somos inadecuados para servir al Señor. “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Co 3.4-6). Esta es una declaración sorprendente porque fue pronunciada por el apóstol Pablo, quien estaba muy bien preparado y acreditado de acuerdo con los estándares de su época. Sin embargo, cuando se trataba de hacer la obra de Dios, él sabía que todos sus logros eran inútiles (Fil 3.3-7). Pablo nunca predicó el evangelio con superioridad en el habla o palabras persuasivas de sabiduría, sino solo en completa dependencia del Espíritu (1 Co 2.1-5).

Justo así es como debemos servir al Señor. Aunque es posible confiar en nuestras propias facultades e impresionar a la gente por fuera, Dios mira el corazón. Los orgullosos y autosuficientes pueden decir que están sirviendo al Señor, pero se están dando crédito por algo que no pueden hacer.

Sentirnos incompetentes es, en realidad, una bendición del Señor porque nos obliga a depender de Él en todo. Él nunca nos ordenará que le sirvamos con nuestras propias fuerzas. Aunque podemos sentirnos poco capacitados para una tarea en particular, Dios quiere que confiemos en Él y actuemos con fe porque Él puede hacer mucho con una persona humilde y obediente.

Aunque la pobreza de espíritu es contraria a los valores del mundo, es fundamental para la vida espiritual. Un sentido de dependencia absoluta de Dios nos hace humildes y le glorifica a Él. Pero quizás el resultado más sorprendente sea la alegría y la satisfacción. La lucha termina y por fin descansamos en el Señor, confiando en que Él nos salvará, santificará y trabajará a través de nosotros. Pero si todavía estamos tratando de llevar la vida cristiana y servir al Señor con nuestras propias fuerzas, pronto estaremos agotados, exhaustos y frustrados. Así que permítame animarle a humillarse y depender por completo del Señor, quien le ama más de lo que pueda imaginar.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Es una bendición servirle mientras busca un andar más profundo con Jesucristo. Nuestro equipo de En Contacto se ha embarcado en el estudio de un año de las Bienaventuranzas, llamado Bienaventurado soy. Espero que nos acompañe. Es mi oración que aprenda a seguir al Señor más de cerca cada día mientras estudia sus palabras del Sermón del monte.