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Del corazón del pastor

Charles F. Stanley

Si alguna vez le ha pedido a Dios que responda alguna necesidad material suya o de alguna otra persona, y ha visto la provisión de la gracia divina, entonces ha entendido la verdad de las palabras del Señor Jesús: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mt 6.32). Sin embargo, a veces nos preguntamos por qué no recibimos una bendición por la cual hemos orado. La comprensión de Dios de nuestras necesidades no siempre es igual a la nuestra; “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos” (Is 55.9).

Sin embargo, ya son suyas las mayores bendiciones de todas si ha creído en Jesucristo y en su muerte expiatoria y resurrección para darle salvación. Efesios 1.3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. Aunque el dinero, la buena salud o la ausencia de problemas pueden hacer que nuestra vida sea más cómoda, los beneficios que nos pueden dar son limitados. Todo lo físico y material en la Tierra es temporal, pero los tesoros en el cielo son eternos.

Usamos la palabra bendecir de muchas maneras, pero no siempre entendemos por completo su significado. En las Bienaventuranzas, la palabra bendito se usa para describir la feliz condición de bienestar que caracteriza a aquellos con verdadera fe. Y, en Efesios 1, se refiere al favor de Dios demostrado por su participación y obra en la vida de quienes están “en Cristo”, creyentes que pertenecen a Cristo mediante la fe en Él.

Las bendiciones espirituales son las que fluyen del cielo, el lugar del trono y el gobierno de Dios, con el propósito de cumplir su voluntad en la vida de los creyentes. Las bendiciones que se mencionan en Efesios ya nos han sido otorgadas en el plan general de Dios para nuestra salvación.

En primer lugar, Pablo describe las bendiciones de Dios que se originaron en la eternidad pasada: “Nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (v. 4). Dios decidió salvarnos incluso antes de que existiéramos. Aunque nos gusta pensar que tomamos la decisión de seguir a Cristo; en realidad, solo estábamos respondiendo a Dios Todopoderoso.

Además, dice que “habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (v. 5). Esto significa que Dios planeó de antemano colocar a todos los que salvó en su familia y darles todos los privilegios que conlleva esa posición. Por ejemplo, estamos invitados a venir a nuestro Padre celestial en oración pidiendo ayuda y provisión para nuestras necesidades.

Lo sorprendente de todas estas bendiciones es que nos llegan por la gracia de Dios. Dios no nos bendijo porque viera algo bueno en nosotros que nos hiciera dignos. Por el contrario, éramos sus enemigos a causa del pecado. El Señor eligió bendecirnos solo por su amor y bondad.

En segundo lugar, Dios nos da su bendición presente de redención. En Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (v. 7). Todos nacimos en la esclavitud del pecado y la deuda que nos generó, y no había nada que pudiéramos hacer para liberarnos. Alguien tuvo que comprar nuestra libertad de la esclavitud, y justo eso fue lo que hizo el Señor Jesús. Pagó el precio de nuestra salvación con su muerte en la cruz para que pudiéramos ser perdonados de todos nuestros pecados. Y, una vez más, todo es por las riquezas de la gracia de Dios “que hizo sobreabundar para con nosotros” (v. 8).

En tercer lugar, Dios nos ha dado bendiciones futuras. Esta salvación que comenzó antes de la creación tiene una finalización garantizada “en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (v. 10). Llegará el día en que el Señor arreglará todo, castigará todo el mal y establecerá el reino de justicia de Cristo.

Además, dado que somos hijos de Dios, tenemos también una “herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (v. 11). El Señor ha reservado esta herencia para nosotros en el cielo y nos ha sellado con el Espíritu Santo como un sello que garantiza que la recibiremos (vv. 13-14). Esto significa que tenemos seguridad eterna porque nadie puede romper el sello y arrebatarnos. La salvación que Dios comenzó en nosotros, la completará.

Algo que este pasaje en Efesios 1.3-14 deja muy en claro es que Dios está a cargo de estas bendiciones espirituales. Él es quien elige, predestina, redime, perdona y concluye todas las cosas. La salvación comenzó con Él, termina con Él y en definitiva es para Él. Es por ello que la frase “para alabanza de la gloria de su gracia” se repite tres veces (vv. 6, 12, 14). Cuando Dios extiende su gracia a los pecadores indignos, haciéndolos santos e irreprensibles, toda la gloria recae sobre Él.

La próxima vez que se encuentre pidiéndole a Dios que le bendiga a usted o a otros, dé gracias por los favores eternos que ya Él ha otorgado a quienes pertenecen al Señor Jesucristo. Aunque Dios a menudo satisface con generosidad nuestras necesidades y deseos materiales, sus mayores bendiciones son las que no podemos ver con ojos físicos. Solo a través de los ojos de la fe podemos ver las riquezas espirituales que nos ha dado en Cristo.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Al comenzar este nuevo año, es mi oración que Dios le conceda una conciencia cada vez mayor de la gran fidelidad y amor incomparable de nuestro Señor. Y que se acerque más a Él cada día mientras lo ama y le sirve.