Saltar al contenido principal

Del corazón del pastor

Nos alegramos de cómo el Señor obra por medio de nosotros.

Cuando piensa en cómo ha sido su vida durante este año que culmina, ¿ve algún logro emocionante?

Tal vez haya alcanzado una meta o haya empezado a trabajar en una. Puede que sus éxitos sean espirituales y que solo los vean usted y Dios. Aunque sienta que el año estuvo lleno de contratiempos y fracasos, si lo examina de nuevo con cuidado, creo que verá algunas victorias, ya sean grandes o pequeñas.

Es propio de nuestra naturaleza humana atribuirnos el mérito de nuestros logros o pensar que nos hemos ganado las bendiciones.

Pero no es así, lo cual es algo muy bueno. A mis 90 años, he sido bendecido con muchos logros satisfactorios, pero he aprendido que Dios, en su gracia, es responsable de cada uno de ellos. Y saberlo me da confianza para cada nuevo día.

Una mañana, hace años, me di cuenta de esto con mucha claridad. Había hecho mucho durante la semana anterior y estaba agotado. Necesitaba ánimo, así que recurrí a Isaías 26.3: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Eso era con exactitud lo que necesitaba. Pero entonces leí el versículo 12: “Jehová, tú nos darás paz, porque también hiciste en nosotros todas nuestras obras”.

¡Esa fue sin duda alguna una llamada de atención! Dios me iba a dar descanso a pesar de que era Él quien había hecho todo el trabajo. Yo pensaba que había logrado mucho, pero era el Señor quien había trabajado por medio de mí. No había lugar para ninguna jactancia de mi parte.

Lo mismo ocurre con cada creyente. Para cada logro, Dios le dio la fuerza, la oportunidad, la habilidad o la salud para hacerlo, y Él trabajó en usted para alcanzar el éxito.

Solo hay uno que merece la gloria, y no somos ni usted ni yo.

Él no dará su gloria a nadie (Is 42.8). Es posible que queramos atribuirnos el mérito, ya sea por la salvación o por cualquier logro. Pero las Sagradas Escrituras ponen fin a ese orgullo.

Dios nos salvó no porque viera en nosotros alguna bondad o potencial, sino porque nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él (Ef 1.4). Y después de la salvación no tenemos nada de qué jactarnos, porque “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2.13).

El propósito —y el gozo— de la vida cristiana no se trata de vivir para nosotros mismos ni para exaltarnos, sino para glorificar a Dios y vivir para Él.

Glorificar al Señor no consiste solo en que cantemos sobre ello los domingos; abarca la totalidad de nuestras vidas. Así que veamos más de cerca lo que esto significa.

Primero, para glorificar a Dios debemos entender qué es su gloria. De las Sagradas Escrituras aprendemos que su gloria es la manifestación de los atributos, perfección y resplandor de Dios. El Salmo 145 atribuye al Señor grandeza inescrutable, esplendor glorioso, obras maravillosas, poderío extraordinario, bondad, misericordia, majestad y justicia. Él es en verdad digno de toda gloria y honor.

Luego considere cómo glorificamos al Señor. La forma más clara es con nuestras palabras. Pero también lo glorificamos siendo humildes, dependiendo de Él, y reconociendo que todo lo bueno que hacemos y que hay en nosotros es en realidad de Él. La voluntad de Dios es que nuestras vidas le traigan alabanza. Esto se cumplirá en el cielo, pero también debe ser nuestra práctica mientras estemos en la Tierra (Ef 1.13, 14).

Por último, ¿se pregunta por qué debemos glorificar al Señor? Hay dos razones básicas: por lo que Él es y por lo que Él hace. Cuanto más comprendamos la grandeza de nuestro Dios y la grandeza de sus obras, tanto para nosotros como a través de nosotros, más desearemos exaltarlo.

Es por la acción de Dios que usted está en Cristo Jesús, no por ningún esfuerzo o bondad de su parte (1 Co 1.30). Es gracias al Espíritu de Dios que usted tiene vida eterna en su cuerpo mortal (Ro 8.11). Es gracias a que usted participa de la naturaleza de Dios que tiene todo lo que necesita para la vida y la santidad (2 P 1.3, 4). Es por la presencia de Cristo que usted consigue lograr cosas para las que de otra manera no tendría fuerzas (Fil 4.13). Y es la obra de Dios en usted la que hace posible lo inimaginable (Ef 3.20). Usted no es más que el receptor de la gracia divina, lo cual es motivo de un gozo abrumador. 

Me gustaría desafiarle a que durante el próximo año pase tiempo en la Palabra, explorando la gloria de Dios y regocijándose de que Él trabaje con gran poder en y por medio de usted.

Aquí en En Contacto, celebramos lo que Dios ha hecho y hará. Nuestro Padre celestial permite a sus hijos servir y bendecir a otros: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Co 9.8). ¡Qué maravillosa bendición es entregarse al Señor para que Él pueda obrar por medio de nosotros!

Que el Señor le bendiga de manera especial y continúe dándole gozo y paz al rendirse a Él.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Este año hemos celebrado el 45º aniversario de nuestro ministerio. Me siento muy honrado de que usted esté compartiendo junto a nosotros el mensaje de salvación de Dios en todo el mundo. También estoy muy agradecido con nuestra Junta Directiva, con mi director general desde hace mucho tiempo, Phillip Bowen, y con todo el personal, por su compromiso de compartir el evangelio y fortalecer la Iglesia de Cristo. Por favor, acompáñeme con acción de gracias a Dios por los siervos que trabajan en su obra. Sé que Él será fiel para guiarlos en el futuro. Que Dios le bendiga.