Saltar al contenido principal

Del corazón del pastor

Somos responsables de hacer todo lo posible para vivir en paz con los demás.

Charles F. Stanley

¿Es usted pacificador? Es una pregunta compleja porque a menudo no sabemos en realidad lo que significa, pero el Señor Jesús le dio un gran valor a este rasgo cuando dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5.9). Solemos pensar en los pacificadores como mediadores que negocian disputas y resuelven argumentos o desacuerdos entre dos partes. ¿Y no es esto acaso lo que necesitamos en todas nuestras relaciones, ya sea en el hogar, el trabajo, la escuela, el vecindario o la iglesia?

Nuestra sociedad se caracteriza en gran medida por el conflicto, la ira y las disputas, pero como cristianos se nos dice que, en cuanto dependa de nosotros, debemos estar en paz con todo el mundo (Ro 12.18). Incluso si no se llega a una resolución satisfactoria, seguimos siendo responsables de hacer lo que podamos para vivir en paz con los demás reaccionando de la manera que le agrada a Dios.

El primer paso para convertirse en pacificador es recibir la paz de Cristo. Esto no es algo que podamos conseguir por nosotros mismos, sino que es un regalo que se da libremente a todos los que aceptan a Jesucristo como Salvador. En realidad es un don de Cristo, el cual recibimos en la salvación. Cuando confiamos en Él y en su muerte como pago por nuestros pecados, no solo tenemos paz con Dios, sino que nos convertimos en sus hijos amados. En ese momento, se establece una relación eterna con Cristo, y donde Él está, hay paz.

La noche antes de su crucifixión, el Señor Jesús les hizo a sus discípulos una asombrosa promesa: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27). No prometió que la vida siempre sería tranquila, sino que tendrían paz mental y emocional, aunque sus circunstancias fueran dolorosas, difíciles e inciertas. Este es el mismo tipo de paz que el Señor Jesús promete a todos los que le pertenecemos. Una de las evidencias de esta relación con Cristo es que nos convertimos en pacificadores.

En segundo lugar, la forma más básica de hacer la paz es conectar a otras personas con el Príncipe de Paz, Jesucristo. Debido al pecado, todos nacemos como enemigos de Dios y la única manera de reconciliarnos con Él es por medio de la fe en su Hijo para el perdón de nuestros pecados (Ro 5.8-11). De todas las posibles relaciones rotas, esta es la que más necesita reestablecerse con carácter de urgencia porque determina dónde pasaremos la eternidad, si en el cielo o en el infierno. Por tanto, debemos hacer saber a la gente cómo pueden tener paz con Dios.

La manera más poderosa de hacerlo es compartir el evangelio con otros, y orar para que el Señor abra sus corazones y mentes para entender y creer. Nuestra conducta, sin embargo, es también un medio que Dios usa para atraer a la gente hacia Él.

El Señor Jesús dijo a sus seguidores: “Vosotros sois la luz del mundo... Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5.14, 16). La vida humana sin Cristo se caracteriza por la ansiedad, el temor y la ira, y sin una relación con Él, nadie tendrá nunca una paz genuina. Todo lo que el mundo puede ofrecer son falsificaciones que solo proporcionan un alivio temporal. Cuando los incrédulos nos ven con una sensación de paz y satisfacción a pesar de estar atravesando dificultades, pueden preguntarse qué es lo que hace a los cristianos tan diferentes. De manera que, debemos estar siempre dispuestos a decirles con amabilidad y reverencia por qué tenemos la esperanza y la paz de Cristo en nuestros corazones (1 P 3.15).

En tercer lugar, estamos llamados a ser pacificadores en nuestras relaciones. La paz interna que Cristo da también se desborda en nuestras relaciones con los demás. Siempre que experimentamos desacuerdos o conflictos, el Señor Jesucristo puede darnos la paz mental necesaria para reaccionar de una manera que agrade a Dios y desactive la agresión y la hostilidad. Sin embargo, si nos preocupamos por ejercer nuestros derechos, conseguir lo que queremos y demostrar que la otra persona está equivocada, el desacuerdo crecerá, y junto con él la ira, la amargura y el resentimiento. Ninguno de ellos puede coexistir con la paz porque son emociones negativas que nos alejan del Señor para enfocarse en nuestras propias demandas egoístas.

Santiago señala que hay dos tipos de sabiduría con la que podemos reaccionar a los conflictos (Stg 3.13-18). La sabiduría del mundo es terrenal y demoníaca. Se caracteriza por celos amargos y ambición egoísta, y resulta en maldad y desorden. Pero la sabiduría de lo alto es pura, pacífica, amable, razonable, llena de misericordia y buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Los que hacen la paz confían en la sabiduría de Dios, que produce justicia.

La palabra griega para paz es eirene, que significa unir o juntar, lo que significa unidad sin lucha o consternación. Este debería ser nuestro objetivo en cada relación. Aunque otros puedan rechazar nuestros intentos de hacer la paz, debemos recordar que el Señor Jesús dice que somos bendecidos porque, como hijos de Dios, estamos reflejando el carácter de Cristo en nuestra conducta, conversación e interacción con los demás.

Mi esperanza y mi oración es que usted ambicione ser un pacificador, alguien que le cuente a la gente la oferta de Jesucristo de reconciliación con Dios y que busque sembrar la paz en cada relación. Al hacerlo, será bendecido y cosechará el fruto de la justicia.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Es un placer comunicarme con usted cada mes por medio de esta carta. Espero que esté aprovechando los materiales de encontacto.org, los cuales están diseñados para animarle y fortalecerle en su caminar con Cristo. Que Dios le bendiga.